COLUMNISTAS | ABEL ORTIZ
Si los anarquistas decidiéramos en asamblea ingresar todos a la vez en el Opus sería un sin dios. Desde luego semejante operación podría ser tachada de
reformista, incluso de desviacionista por los más retrógrados, pero no
habría que ignorar las ventajas.
La práctica del entrismo, legendaria entre los trotskistas, está por
desarrollar en el mundo libertario. Si pudiéramos infiltrar la conferencia
episcopal y colocar un obispo kropotkiniano o un cardenal bakuninista,
tendríamos a nuestro alcance el teléfono de Dios.
Una vez conseguido el contacto con el a tomar por más allá, sería
relativamente fácil, en un descuido de Dios mientras juegue a los dados,
conseguir el tutorial de los milagros y los dosieres de los santos.
Correos electrónicos entre el padre, el hijo y la paloma. Llamadas grabadas
de Jesús a Magdalena, facturas en negro de los apóstoles a nombre de la
generalitat valenciana, guasaps del hijo de Aznar a los mercaderes del templo,
videos de Gallardón haciendo la comunión con Juan Manuel de Prada o el acta de
unos ejercicios espirituales en Palermo para banqueros discípulos de San Milton
Friedman.
Yo no veo más que ventajas. Hay que ser pragmáticos y dejarse de
prejuicios. No sólo dispondríamos de excelentes instalaciones para jugar al
ping-pong, accederíamos también a un mundo espiritual que nos hace mucha
falta. ¿Quién no ha sentido, después de dos litros de calimocho, cómo le invade
a uno el cuerpo místico de cristo? ¿No habéis oído la llamada al ver la
expresión de piedad en el dulce rostro de Fátima Báñez pidiendo por nosotros a
la virgen del Rocío?
En el Opus, además, está el nunca bien ponderado señor ministro del
interior por quién rezamos a diario, los más devotos, una sencilla oración:
mala polilla le roa el culo.