DOSIER Anarcofeminismo | Madrid | Ilustración de LaRara | Extraído del cnt nº 426
La violencia contra la mujer no es ni más ni menos que la consecuencia de vivir en un sistema patriarcal y capitalista. Uno sin el otro, no se sostendría. Tener personas de segunda, también alimenta tener trabajadoras de segunda. ¿Cómo vamos a pretender que los empresarios ofrezcan condiciones dignas y salarios mínimos a las mujeres si aún una parte de la sociedad sigue viendo el trabajo de la mujer como un complemento al del hombre? ¿Cómo vamos a llegar a una igualdad de promoción en responsabilidades si seguimos viendo la reproducción como una cosa casi exclusiva (e ineludible) para las mujeres? ¿Cómo no va a haber violencia si seguimos teniendo una sociedad entera definiendo lo que es ser una ‘buena mujer’?
Tanto en lo laboral como en lo personal, la violencia contra la mujer funciona de una manera clara: aislada pueden mejor contigo. Como en el sindicalismo más clásico, el apoyo mutuo es la clave que tanto el capitalismo como el patriarcado detestan.
Tanto en lo laboral como en lo personal, la violencia contra la mujer funciona de una manera clara: aislada pueden mejor contigo. Como en el sindicalismo más clásico, el apoyo mutuo es la clave que tanto el capitalismo como el patriarcado detestan. Es la llave para cambiar las tornas, no solo de cara a una negociación (muy importante) si no para ser conscientes de que el problema no somos nosotras. No, no es porque no te hayas esforzado por lo que no te han dado ese puesto. No, no es culpa tuya que a cambio de un trabajo te hayan hecho insinuaciones sexuales. No, no es tu culpa que no te hayan hecho contrato o que solo te lo hagan temporales. No, no eres tú la única que se siente superada al tener que teletrabajar, conciliar los cuidados de mayores o menores y mantener la casa limpia. No eres tú, es el sistema.
Un sistema que nos enseña como punta del iceberg de la violencia contra la mujer los asesinatos. Más de 100 casos el pasado año y vamos por 80 en este (datos de Feminicidio.net, que recoge los asesinatos machistas más allá de la relación de pareja que limitan las cifras oficiales e invisibiliza el alcance real). A eso deberíamos sumarle los intentos de asesinato, las agresiones y las graves secuelas de la violencia machista. Como la incapacidad laboral, por ejemplo. Y no, no son casos particulares que ocurren de manera espontánea. Son el culmen de un incremento de la violencia que la sociedad no ha parado. Que ha hecho sentirse a ese hombre legitimado para hacerlo, que ha hecho sentirse a esa mujer sola, que no ha tenido la contundencia (ni el interés) para nominar esto un problema de primera índole para la sociedad. Y no hablo de gobiernos, comunidades autónomas o ayuntamientos, porque cuando hablamos de sociedad estamos hablando de sindicatos, organizaciones vecinales, juveniles, de amistades, que son los que pueden mandar un mensaje claro: las violencias machistas y capitalistas serán rechazadas de cara.
¿Cómo vamos a pretender que los empresarios ofrezcan condiciones dignas y salarios mínimos a las mujeres si aún una parte de la sociedad sigue viendo el trabajo de la mujer como un complemento al del hombre?
Cuando hablamos de violencias machistas, como las que son rechazadas todos los años de manera especial el 25 de noviembre, hablamos de muchas más que aquellas que ocurren con la pareja o las que atentan a la libertad sexual. Hablamos de todas aquellas que nos impiden desarrollarnos como personas en la forma que queramos. Son violencia las cargas familiares impuestas; es violencia la discriminación en el trabajo por ser mujeres, racializadas, con otra orientación sexual o con otro origen; es violencia que la unica manera de poder conciliar sea emplear a otra mujer de forma precaria para cubrir los cuidados; es violencia que por ser migrante y mujer te vean como carne de cañón para los mayores atropellos (laborales, policiales, relacionales); es violencia pedir a una empleada que sea joven y guapa; es violencia que las mujeres trans no tengan prácticamante más alternativas que la prostitución; es violencia que se vendan nuestros cuerpos al mejor postor.
No hay violencia de primer o segundo grado, ya que sin las más leves nunca se darían las más graves. Por eso es importante denunciar que la triple discriminación de las mujeres es algo histórico y que seguimos viviéndola. En la represión franquista, las mujeres eran castigadas por no cumplir con el ideal femenino del régimen, por los hechos que sus maridos, hermanos o padres cometían y con torturas específicas para las mujeres (como el aceite de ricino, el rapado de pelo o la violación). En el norte de Siria, en la proclamada Administración Autónoma del Norte y Este de Siria o Rojava, las mujeres entendieron que no se podía poner plazos a su revolución. Están en el frente, pero también tomando decisiones en las asambleas. No aplazan la igualdad ‘para otro momento’ mientras se lucha contra los yihadistas. No, había que hacerlo a la vez, porque la historia ya demostró que los tiempos siempre han sido una estrategia del patriarcado para dejarnos sin derechos. En Mujeres Libres, volviendo al Estado español, también entendieron que igual de importante era luchar contra el fascismo que ser respetadas como seres humanos de primera entre sus compañeros.
Las relaciones sociales nos salvan de ser engullidas y el ámbito laboral también tiene que ser una red de apoyo. Un lugar para detectar maltrato, abusos, discriminación y para decirnos de una vez por todas, no es mi culpa, no te pasa solo a ti. Colectivizar los miedos y juntas unir las fuerzas. El anarcofeminismo va de esto.
En ambos ejemplos tenemos la esperanza y la solución: el apoyo mutuo hace posible que erradiquemos cualquier muestra de machismo, que emprendamos una lucha titánica contra un sistema que dura siglos y (muy importante) que no nos quedemos por el camino ninguna. Si a las cargas que el sistema familiar y laboral nos obliga, sentimos la lucha de clase y feminista como una carga más, esto no funcionará. La frase ‘Si nos tocan a una, nos tocan a todas’ se queda corta en la realidad del sistema patriarcal, ya que no debemos esperar a que nos ‘toquen’, la desigualdad nos atraviesa desde la mañana a la noche. Las tareas domésticas, la carga mental, los cuidados, los empleos a los que podemos acceder, la inseguridad dentro y fuera de casa. Más aún en estos últimos años, donde el fascismo tiene claro que las mujeres son su principal enemigo. Poniendo en duda las violencias que sufrimos, intentando culpabilizar al movimiento feminista, persiguiento a las mujeres organizadas en algunas comunidades o intentado que nos conformemos con migajas en formas de campañas en los días clave. Las compañeras de otros lugares no están mejor, siguen sufriendo la violencia de gobiernos que las torturan prohibiéndoles abortar incluso cuando el feto no es viable, que las usan como moneda de cambio en las políticas migratorias, que fomentan la violencia económica en sus vidas.
El aislamiento estos meses por la pandemia ha hecho que el fenómeno de sentirte sola sea mayor. Son millones de mujeres, de compañeras, las que se han visto sin escapatoria frente al agresor en este confinamiento. En casa y en el trabajo. También desde los sindicatos tenemos que hacer que la presencialidad no sea un muro que les cueste rodear a quienes más necesitan nuestra ayuda. Y es que nos enfrentamos a nuevas situaciones de las que el patriarcado y el capitalismo no dudarán en aprovecharse. El teletrabajo tiene muchas ventajas pero también soledad y aislamiento. Lo mismo con las falsas autónomas o las freelance. O las más precarias, las invisibles, las que trabajan sin contrato, las internas en casas ajenas, las cuidadoras en sus propias casas. Las relaciones sociales nos salvan de ser engullidas y el ámbito laboral también tiene que ser una red de apoyo. Un lugar para detectar maltrato, abusos, discriminación y para decirnos de una vez por todas, no es mi culpa, no te pasa solo a ti. Colectivizar los miedos y juntas unir las fuerzas. El anarcofeminismo va de esto.