En los últimos años el capitalismo neoliberal ha apretado el acelerador a todo gas para producir la mayor acumulación de capitales de la historia. Desde 2017 las rentas más ricas del estado español, las del 1% más rico, han crecido un 43%. Este proceso ha seguido parámetros similares en casi todo el bloque occidental. Es bien sabido que estos ricos pagan menos impuestos que las rentas más pobres.
Debemos notar también que esta disparidad se ha venido acelerando bajo varios gobiernos progresistas como el de Pedro Sánchez, Joe Biden o Olaf Scholz. Y es que el color político no ha cambiado la relación de los estados con el capitalismo, puesto que los estados no son más que expresiones y estructuras político-administrativas de la clase dominante.
A escala global, y en concreto de Occidente el problema más acuciante es el de la vivienda. Esto tiene varios orígenes. El primero fue el estallido de la burbuja especulativa de 2008. La banca quedó con millones de viviendas que no podía vender. Los estados la rescataron convenientemente con toneladas de dinero público y entraron en escena los fondos de inversión. La intervención de estos fondos ha sido masiva, sistemática y despiadada, utilizando prácticas monopolísticas y a menudo mafiosas para quedarse con el patrimonio.
Otra de las causas de nuestros problemas actuales en este respecto fue la irrupción del piso turístico. Hasta la entrada en juego de las plataformas, se había hecho de forma sostenible. Pero desde 2016 aproximadamente, se disparó el número de pisos turísticos en el centro de las ciudades más importantes. Esto contribuyó a la escasez de pisos en alquiler y eventualmente al alza general de los precios. Los grandes capitalistas se lanzaron a promover el piso turístico, dada su popularidad. Ni qué decir tiene que el origen de todo es la generalización de los vuelos low-cost, por muy insostenible que sea para el planeta.
Añadamos a la ecuación otro factor, y es que el rentismo es una manifestación de la caida de la productividad de otras actividades económicas. Es una forma residual previa al capitalismo que por su naturaleza no determina el funcionamiento o la salud del Capital.
La situación ha llegado a un punto de ahogamiento de grandes capas de la población. Cada vez hay más dificultades para cubrir los alquileres y se llega al punto de tener que dedicar casi todo el salario para poder tener un techo. Tanta presión comienza a tener un objetivo concreto: la huelga de alquileres.
¿Y qué pinta el sindicalismo en todo esto?
La crisis del 2008-12 tuvo el efecto de paralizar el movimiento obrero organizado. Si bien en algunos estados, se produjo una oleada de huelgas (Grecia, Francia…), el capitalismo aprovechó la coyuntura para hacer limpieza y someter aún más a los sindicatos más importantes de cada lugar. La legislación fue más restrictiva para la clase obrera, y a las organizaciones sindicales mayoritarias se les metió en la cabeza que debían contribuir a salir de esta crisis. La crisis de la pandemia también tuvo ese efecto.
El resultado ha sido una pérdida de poder adquisitivo desde hace años. Si los datos macroeconómicos dan la apariencia de una mejor economía, la realidad cotidiana indica lo contrario. Esto no ha hecho más que aumentar el desinterés por las políticas de izquierda hechas desde arriba. Es el caldo de cultivo ideal de la ultraderecha.
Pero hay otras formas de encarar la situación. Si hacia la mitad de la década pasada el movimiento obrero tocó suelo, también hay que reconocer que en los Estados Unidos comenzó una recomposición del sindicalismo que ha logrado bastantes victorias. La última, el aumento salarial del 35% tras la huelga de 5 semanas de la plantilla del gigante aeronáutico Boeing.
Podemos observar que en un contexto de paz social el sindicalismo de concertación negocian los convenios a la baja, mientras que en un contexto de conflicto laboral, la negociación va a máximos.
En ese contexto de conflicto se puede dar otra salida al problema de la vivienda, puesto que desde el sindicalismo también decimos que todo esto no es más que un problema salarial. Si cobrásemos un 50% más pagaríamos los alquileres sin grandes inconvenientes. Hacerlo de esta manera, sitúa en el centro la lucha capital-trabajo y pone en el foco a la patronal, hasta ahora ausente en el conflicto entorno al rentismo y la propiedad de las viviendas.
Como desarrollo de la idea anterior, ahora mismo, cualquier medida gubernamental, se hace en clave de desactivar el conflicto con dinero. Como ya ha hecho varias medidas de este tipo, todo el mundo ve que esto no hace más que empeorar el problema. El Gobierno no quiere regular el rentismo ya que la clase social que lo sustenta vive de él. Pero se está encontrando con una respuesta ciudadana que lo puede hacer recular. Veremos.
Nuestra misión en este contexto, como hemos dicho, será la de abrir un nuevo frente mediante la exigencia de aumentos salariales significativos y consistentes en todos los convenios y empresas. Saldrán a la luz muchas contradicciones, tales como empresas económicamente inviables, la desafección de ciertos sindicatos, o una respuesta agresiva de la patronal y sus lacayos. Esto no excluye, como es de entender, otras medidas que proponga el movimiento de la vivienda que suelen ir en la vía de la rebaja de los alquileres.
Ante el previsible argumento de que lograr un aumento salarial, se puede disparar la inflación y con ella los propios alquileres, tendremos que tener en cuenta que ese aumento se habría producido mediante la lucha en las empresas
Ante la alianza entre el movimiento de la vivienda y el sindicalismo, debemos ofrecer nuestro apoyo para que despegue el conflicto y para que el movimiento se estructure mejor y se vincule con el movimiento obrero, que históricamente ha hecho protestas contra la subida de los precios o por una vivienda accesible. Nos debemos entender mutuamente como organizaciones de clase y evitar a toda costa la imposición del pensamiento de «clase media» y ascenso social, que caracterizó la izquierda alternativa del ciclo político anterior. La salida es colectiva y es de clase obrera.