Conversamos con Félix Padín, histórico militante anarcosindicalista. Superviviente de los campos de concentración franquistas, se trata de uno de los testimonios más importantes en el proceso abierto con la querella argentina instruida por la jueza Servini.
I. Nistal | Periódico CNT
Fotografía: C. Martín
«Yo
estaba afiliado a la CNT y tengo que decir a nuestro favor muchas cosas. Quiero
dejar constancia de que hasta que nos medio militarizaron, fuimos de los
primeros en dar la cara, pero no solo en el País Vasco, sino también en el resto
del país. La CNT frenó el levantamiento. No éramos escritores a sueldo, ni
reaccionarios; no éramos partidistas, ni hacíamos la guerra por dinero; nuestro
lema era la revolución social, nuestra lucha era contra la opresión, el Estado
y toda clase de farsantes y militares; éramos anti-militaristas y lo seguimos
siendo. En los ratos de ocio en el frente, procurábamos leer un libro y sacar
el mayor provecho posible. Nos preparábamos, también, para cuando teníamos que
entrar en combate. Procurábamos estar a la altura de las circunstancias.
Sabíamos emplear la fuerza cuando éramos atacados. El 18 de Julio fuimos
atacados y salimos al combate contra todo lo que olía a clero, militares,
terratenientes y demás sanguijuelas que nos chupaban la sangre».
Camino
de los 98 años, el histórico militante Félix Padín Gallo (Bilbao, 9 de julio de
1916), mantiene intacta en su memoria su odisea personal siempre al lado de su
querida CNT. Unida a ella desde los 13 o 14 años, siguió el ejemplo de varios
de sus hermanos durante la época de Primo de Rivera. Eran tiempos difíciles
pero de mucha ilusión y tremenda actividad propagandística. Precisamente para
Félix esa fue una de las labores que le fue encomendada tanto en la central
anarcosindicalista como en las Juventudes Libertarias de Bilbao.
También fueron tiempos
de mucha acción para hacer frente, entre otros, al fascismo callejero que ya
venía asomando y avisando del gran problema que se avecinaba en los años
venideros. «Los miembros de Falange
venían a provocarnos con pistolas y nos defendíamos. Era una situación que se
vivía todos los días», recuerda Félix con esa
sonrisa pícara que le caracteriza. De esta forma, participó en un grupo de
acción en el sindicato junto a otros compañeros como Lucarini.
En esa
época de fuerte persecución al sindicato, comenzaron las primeras detenciones:
«un día me detuvieron por tener una carta pidiendo folletos y libros a
Barcelona. Quedé detenido y cuando me meten al camión, en un descuido del
chófer, les di las llaves de mi casa a unas compañeras y limpiaron todo. Aun
así me metieron en un calabozo, recuerdo que al meter mi mano al bolsillo tenía
sellos de cotización que me tocó tragar para que no me pillaran». De ahí ya
comenzó a figurar en las fichas policiales como “peligrosísimo de la CNT”.
A
pesar de ese ambiente pre-bélico, Félix recuerda el carácter pacífico de todos
ellos. «Éramos gente tranquila, nos gustaba demostrar que los de la CNT no
éramos los pistoleros que decían. Todos los sábados nos reuníamos en el monte,
hacíamos deporte, leíamos la revista Estudios…».
Vivir
en el infierno
Pero la realidad era la
que era y el golpe de Estado cada vez sonaba con mayor insistencia. Algo que no
pilló desprevenido a la central anarcosindicalista, que desde hacía tiempo
venía asaltando armerías, polvorines, a los guardias de la mina y guardando
todo el arsenal en una cueva en el monte.
Ya el 19 de julio formó
parte de nutrido grupo de anarcosindicalistas y a los pocos días partieron al
frente de Ochandiano. Durante la guerra participó, primero en el Batallón Isaac
Puente y posteriormente en el Batallón Durruti, llegando a alcanzar el grado de
teniente. De la guerra recuerda las tensas relaciones con los nacionalistas y
el infame Pacto de Santoña. Pronto llegaría la desilusión en la zona
republicana, los desastres de la guerra, la caída y desaparición de compañeros…
En diciembre de 1937
sería arrestado, comenzando el calvario de los campos de concentración y el
trabajo esclavo en los batallones de trabajadores franquistas. Ingresó en el
campo de Miranda de Ebro, uno de los más duros (contrajo allí el tifus y la
sarna) y el que más años permaneció abierto. Posteriormente sería movilizado a
diferentes batallones de trabajadores en
Lleida, Guadalajara o Granada, siendo quizás el único superviviente vivo
que se conozca que padeciera aquel infierno.
Un testimonio clave de
aquel periodo que está sirviendo en la investigación de la jueza Servini sobre
la querella abierta en Argentina contra los crímenes del franquismo.
Precisamente la jueza le ha visitado recientemente para conocer de primera mano
sus vivencias, comprobando la lucidez con la que todavía rememora aquellos
hechos con todo tipo de detalles, aunque él no guarda muchas esperanzas en este
proceso judicial.
Tiempos
de apatía
Casualidades de la
vida, hoy Miranda es el lugar de residencia de Félix. Un hombre como todos
aquellos de su generación, hecho de otra pasta, que ha sabido sortear todos los
avatares de la vida sin olvidar nunca sus orígenes, por lo que ha luchado y
sigue luchando. Como anécdota, cabe recordar que hacen muy pocos años (hoy se
lo impide una silla de ruedas) estaba pegando carteles como uno más en su
querida CNT.
Su gran vitalidad no
evita que se muestre un tanto pesimista con la situación actual en la que
vivimos. «La gente de hoy la veo muy egoísta y
mala. Los trabajadores estamos muy separados, antes había una huelga y salíamos
todos juntos. Ya no hay esa forma de luchar como antes, se amoldan al sistema y
nuestros sindicatos también se han acomodado». Así le apena ver detalles como
que los periódicos se amontonen en los locales cuando en su época no quedaba ni
uno por el deseo de salir a la calle a repartirlos. «Antes los jóvenes
estábamos a todo, si estabas parado ibas al sindicato desde por la mañana hasta
la noche. Allí aprendías a respetar, a hacerte respetar y saber lo que hacer», sentencia el compañero Padín.