COLUMNISTAS | MONCHO ALPUENTE
Haberlos haylos, pero creer no creo en ellos. El dicho gallego sobre
la existencia de las meigas resume a la perfección el veredicto mayoritario de
la opinión pública sobre los políticos. Creer en los políticos, creer a los
políticos, es como creer en los Reyes Magos o en la costilla de Adán como
origen de la mujer. Pero ahí están los fieles cristianos que desprecian a
Darwin y defienden a ese Dios suyo, siempre mayúsculo, cuyo milagro más
relevante fue hacer el mundo en 7 días antes de que existieran los días.
La
profesión más antigua del mundo no es la de puta como dice el tópico, sino la
de sacerdote que, a cambio de explicar lo inexplicable, haciéndolo más
inexplicable cada día, obtuvo privilegios y prerrogativas. En España esa
antiquísima profesión (miles de años la contemplan) sigue ocupando un lugar de
preeminencia, la religión católica sigue cobrando sus diezmos y primicias y
conserva la educación subvencionada (concertada dicen) por gobiernos que se
suponen laicos. Si los sacerdotes son los intermediarios con la divinidad, los
políticos son los intermediarios con los poderes económicos que son los que
mandan, los que los mandan y los que nos mandan, pero esa intermediación
resulta cada vez más superflua, la comunicación a tres bandas, poder económico,
poder político vicario y pueblo sometido, hizo aguas hace mucho tiempo.
Para
prorrogar un poco más su supervivencia, nuestros gobernantes de hoy, que serán
los delincuentes del mañana, no han tenido más remedio que recurrir a una ley
mordaza despojándose de su última máscara y mostrando la calavera de una
descarnada dictadura. Pero no solo nos reprimen, además hacen caja de nuestras
protestas con desmesuradas (siempre lo son) multas y cárceles.
Las mismas leyes que ellos proclamaron han llevado a la cárcel a una
insignificante, numéricamente, pero representativa parte de políticos,
empresarios y sacerdotes, una muestra de los corruptos más “granados” a los que
tras un breve y confortable paso por las cárceles les espera, en alguna parte
el fruto de sus rapiñas. Podemos y debemos prescindir de esa banda de crápulas
pero no de sus dueños, padrinos y patronos dispuestos a pactar con el Diablo
para mantener su inicuo y secular estatus. Nos deben un ajuste definitivo de
cuentas de miles de años y con los intereses de demora.