Francisco Ferrer Guardia es uno de esos personajes ’malditos’ de la historia de nuestro país. Unos evitan hablar de él, otros lo vinculan a actividades delictivas. Nosotros, lo reivindicamos por su gran contribución al debate cultural progresista. Sin duda Francisco Ferrer, mito y realidad, es una figura singular y atractiva de nuestra cultura y forma parte, se quiera o no, del patrimonio histórico colectivo.
Ferrer nació en Alella (Maresme) el 10 de enero de 1859. Pertenecía a una familia de pequeños propietarios rurales, católicos y monárquicos, cuya casa paterna era conocida como «Cal Boter». Por diversas razones familiares, Ferrer fue a vivir a Barcelona y entró a trabajar con un comerciante de harina de Sant Martí de Provençals. Aún no tenía quince años cuando el comerciante le inscribió en clases nocturnas, iniciándole en los ideales republicanos. Durante la I República, el joven Ferrer participó con entusiasmo en experiencias de educación popular. Durante los años siguientes el joven autodidacta estudió a fondo el ideario de Pi y Margall, y conoció las doctrinas de los internacionalistas.
A partir de 1883, trabajó en la compañía de ferrocarriles como revisor del trayecto Barcelona-Cervère, donde como activista republicano hacía de enlace entre los partidarios de Ruiz Zorrilla del interior y del exterior.
El fracaso del intento del General Villacampa, partidario de Ruiz Zorrilla, en el cual estaba complicado Ferrer, hizo que se exiliara a París, donde residió desde 1886 hasta 1901. En París fue secretario de Ruiz Zorrilla y profesor de español. En julio de 1892, participó en el Congreso Librepensador de Madrid.
Durante estos años, Ferrer trabajó en el proyecto educativo de la Escuela Moderna y en el año 1901 se dedicó a preparar el lanzamiento de la Escuela. De hecho, ésta se inauguró el mes de agosto del mismo año. El éxito de la Escuela y la fama de los métodos que se proponían fueron corroborados por la multiplicación de centros educativos racionalistas en todo el Estado. El momento era propicio para una acción escolar que intentara neutralizar la tendencia de la Iglesia hacia el control de la educación pública. Esta circunstancia explica el interés que en las sociedades obreras y populares -no necesariamente anarquistas- tenían los planes escolares y los libros de la Escuela Moderna. También se explica la acogida favorable que recibió la Escuela en los medios burgueses republicanos radicalizados, además de las innovaciones metodológicas y didácticas que podía aportar la Escuela Moderna.
Ferrer pedía una educación basada en la evolución real y psicológica del niño, individualizada. La ciencia sobre los niños, que tanto ha avanzado, afirmaba, no se debe utilizar contra ellos, sino a su favor y del desarrollo espontáneo de sus facultades, a fin de que puedan buscar libremente la satisfacción de sus necesidades físicas, intelectuales y morales. La Escuela Moderna proponía, además, una educación basada metodológicamente en la ayuda mutua, en la solidaridad entre los hombres y la crítica de las injusticias mediante el estudio de los mecanismos y las condiciones que las hacen posibles.
Es imposible entender la evolución ideológica de Francisco Ferrer y, por extensión, su proyecto escolar, sin tener presentes los movimientos sociales y de opinión en Cataluña, España y, en especial, en Francia durante los 25 años de su vida.
La ideología ferreriana de los años ochenta y de principios de los noventa es republicana. Concretamente Ferrer es adepto al Partido Republicano Progresista de Ruiz Zorrilla. Evolucionará posteriormente en un sentido anarquista: participa a fondo en la campaña para la liberación de los presos de Alcalá del Valle y en la creación del núcleo sindicalista barcelonés de Solidaridad Obrera. Era un partidario resuelto de la huelga general y del año 1901 al 1903 subvencionará un periódico con este mismo nombre. Sus artículos en «La Huelga General» recogen la concepción libertaria de la huelga general como preludio de la revolución social cuya concepción va más allá de la simple proclamación de la República.
El día 31 de Mayo de 1906, día de la boda del rey Alfonso XIII, un hecho llenó de estupor el país: cuando la comitiva real pasaba por la calle Mayor madrileña, el sabadellense Mateo Morral lanzó una bomba que provocó la muerte de veintitrés personas. Dos días más tarde era arrestado en Barcelona el director de la Escuela Moderna de la cual el joven anarquista era bibliotecario. Francisco Ferrer fue acusado de complicidad pero los tribunales no pudieron probar ningún cargo y, después de un año en prisión, fue liberado el 12 de junio.
El alboroto que el caso Ferrer provocó tanto en España como especialmente en el extranjero fue realmente extraordinario, se movilizaron a su favor desde los liberales y los republicanos librepensadores hasta la familia socialista y anarquista. El argumento de los acusadores de Ferrer -la derecha autoritaria y conservadora, básicamente- en 1906, se podría resumir con la siguiente inferencia: la Escuela Moderna es un centro de propaganda ácrata, y la propaganda ácrata genera necesariamente la acción terrorista. Por fuerza Ferrer fue cómplice de Morral, como lo había sido de otros actos terroristas anteriores.
La crisis social y política que arrastra desde hace años el Estado español de la Restauración encuentra su más alta expresión en los hechos de la Revolución de julio (Semana Trágica) de Barcelona en el año 1909, verdadero principio del fin del régimen monárquico. El nombre de Ferrer va ligado a estos acontecimientos populares y a su represión. Fue, de hecho, la víctima más significativa y el principal cabeza de turco. Los argumentos que no habían triunfado en el año 1906, lo hacían esta vez: Francisco Ferrer fue condenado a muerte y ejecutado después de un turbio consejo de guerra. Moría en Montjuïc el 13 de octubre de 1909. Nunca se demostró que fuese culpable de lo que se le imputaba. Su muerte interesaba a la derecha ultramontana y al estamento militar.
Una cosa conviene tener en cuenta: el tiempo y el consenso histórico han dictaminado la injusta incriminación de Ferrer. El discurso justificador de su condena se silencia -aunque con fuertes brotes sectarios- a partir de la segunda década del siglo. Pero, aunque parezca increíble, aún hoy en día, existen sectores en nuestro país (sectores conservadores ligados al mundo de la educación y de la cultura) que siguen defendiendo la imagen delincuente de Ferrer.
Mantienen actualidad las palabras pronunciadas por Piotr Kropotkin en Londres unos días después de la muerte de Francesc Ferrer Guardia: ’Now he is dead, but it is our duty to resume his work, to continue it, to spread it, to attack all the fetishes which keep mankind under the joke of state, capitalism and superstition’. ’Ahora está muerto, pero es nuestra obligación reanudar su labor, continuarla, difundirla, para atacar todos los fetiches que mantienen a la humanidad bajo el yugo del estado, del capitalismo y de la superstición’.
Biografía extraída de la Fundación Francisco Ferrer Guardia