Hace pocas horas que nos hemos enterado de la muerte del compañero Abel Paz, nombre de militancia de Diego Camacho, en la ciudad de Barcelona en donde residía últimamente. Sentida muerte de una persona que primero conocimos a través de su palabra (horas hemos pasado más de uno entre las páginas de su biografía de Buenaventura Durruti, o a los pies de esos muros que tan sabiamente supo reflejar en su autobiografía), y que pasado los años, tuvimos la suerte de conocer en persona y compartir un fin de semana, en las X Jornadas Libertarias organizadas por la CNT Canarias, en octubre de 2005.
Hondo recuerdo dejó en nuestra memoria sus palabras, una persona que a su edad le preocupaba más cómo organizar la revolución que hablar de hechos y milagros del pasado, de ese pasado glorioso del anarcosindicalismo español, lo que tiene mayor interés si tenemos en cuenta que a lo largo de toda su vida había intentado recordar esos hechos para que no quedara en el polvo de la historia.
Su edad no le impedía mirar la vida con esos ojos del que se maravilla ante la próxima realización de la emancipación humana, de la verdadera revolución, filtrada la realidad ante el humo de su sempiterno cigarro, bastón para la cojera de sus recuerdos. Su carácter, endemoniado por momentos, se había convertido en su máscara para cubrir sus vacíos de memoria, propias de una persona de su edad que pretendía seguir un ritmo de vida juvenil, al pie del cañón, difundiendo el ideal como cuando tenía 16 años e inició su militancia en las Juventudes Libertarias y en la CNT, un compromiso de por vida que le llevó a tocar con las manos la revolución y sufrir en sus carnes la más dura represión fascista y el exilio.
No podemos más que esbozar una sonrisa cuando nos viene a la memoria sus palabras sobre la diferencia en el amor entre un comunista y un anarquista, o su humildad cuando le regalamos una camisa y, quitándose la que tenía, la dobló y nos la entregó para que se la diéramos a otro compañero que le hiciera falta.
Esperamos que haya muerto como tanto le hubiera gustado, luchando por la anarquía, con la palabra pues, como él decía, ya sólo le quedaba la voz para proclamar la revolución.