Lamentablemente, no es la primera vez que CNT se ve obligada
a sacar una nota en relación a ataques perpetrados por los integristas de DAESH
(también conocido como IS o ISIL). En ocasiones anteriores, como en los
atentados contra activistas de izquierda en Suruc en julio o contra
manifestantes por la paz en Ankara en octubre, ambas en Turquía, expresamos
nuestras condolencias a las víctimas y nuestra solidaridad a todas aquellas que
luchan contra esta enésima encarnación del estado totalitario. Ahora, en París,
ataques aún más indiscriminados, si cabe, se han cebado con la población en
general,
dejando claro lo que vale una vida humana para los fanáticos
religiosos. Nuestra actitud no puede ser diferente. Nuestros argumentos no
pueden cambiar. Repetimos la condena de estos hechos en términos categóricos.
Han pasado ya algunos días desde que se produjeron los
ataques y es posible calibrar mejor su alcance y las reacciones que han
suscitado. En menos de una semana el gobierno francés se ha declarado en estado
de guerra, ha cambiado considerablemente sus prioridades a nivel internacional
y ha intensificado su campaña de bombardeos aéreos en Siria. A nivel europeo,
se ha puesto en cuestión la política de recepción de refugiados de Oriente
Medio, a pesar de que la inmensa mayoría de los implicados en los ataques eran
europeos de origen (franceses y belgas). Y los partidos de extrema derecha en
casi todo el continente se están poniendo las botas haciendo campaña en contra
de la población musulmana, inmigrante o no. La repulsiva campaña de carteles
(no vamos a decir cuáles, para no darles cancha) que se está viendo
recientemente en las calles de algunas ciudades españolas es una muestra más.
El oportunismo de quienes aprovechan la tragedia para
difundir un mensaje de exclusión, aparte de ser vergonzoso y abominable, les
acerca peligrosamente a los planteamientos de los autores de la masacre. Es
evidente que el objetivo de los integristas era atacar de forma indiscriminada
a la población, sin importar distinciones de clase, raza, nacionalidad o credo.
No en vano, entre los fallecidos hay muchos musulmanes, tanto franceses como
extranjeros. En todo caso, como ya se ha dicho en comunicados anteriores, las principales
víctimas a nivel mundial del DAESH y de otros grupos integristas son sus
propios correligionarios. Esa es un de las principales características de los
integristas religiosos, sean del credo que sean: considerar a todos los seres
humanos bajo un único prisma que anula las diferencias y mete a todos los que
no se identifican con su estrecho fanatismo en un mismo saco, el de los impíos
merecedores de la muerte. Pero ésa es exactamente la misma actitud del racista
o del totalitario, aunque bajo un argumento diferente. Su estrechez de miras
divide a la humanidad en dos bandos nítidamente diferenciados, enfrentados
entre sí por el motivo que sea, supuesto conflicto que le sirve para argumentar
en contra de los otros. Por eso su discurso se acaba pareciendo mucho al de los
integristas, porque promulga la exclusión forzosa de todos los que no
satisfacen sus criterios de pertenencia al grupo, tan ficticios como los del
creyente. En última instancia esta retórica de la división y el enfrentamiento,
de la uniformidad impuesta, es la que permite que florezca de manera malsana el
conflicto, al reforzarse mutuamente los actos de exclusión y odio. Por eso no
es de extrañar que, aparte de los islamistas, los otros autores de masacres
terroristas recientes en Europa hayan sido neonazis o supremacistas blancos,
como Breivik en Noruega.
Desde CNT no nos cansaremos de repetir que hay muchos
musulmanes laicos, progresistas y amantes de la libertad con los que tenemos
muchos más en común que con estos neandertales arios, neonazis y fascistas,
europeos. Todos los defensores de un
estado totalitario, sea con una excusa teocrática, racial o simplemente bajo el
paso de la oca, manu militari, como el régimen de El Assad, están, en última
instancia del mismo lado y son enemigos por igual de quienes no toleramos la
imposición. Precisamente por ello, reafirmamos nuestra solidaridad con todas
sus víctimas, ahora en París, pero también en Líbano, en Turquía, en
Bangladesh, donde varios blogueros laicos han sido asesinados recientemente a
machetazos, o en las mismas Siria e Iraq. Víctimas entre las que se incluyen,
no lo olvidemos, los refugiados sirios que han llegado a las costas europeas,
arriesgando sus vidas en precarias embarcaciones. Vienen huyendo del mismo
horror integrista que el DAESH ha impuesto en las calles de París, o de la
pesadilla cotidiana de las bombas de barril con las que el régimen dictatorial
de El Assad castiga a la población civil de las zonas que no controla. Porque
aunque ahora parezca que éste es un mal menor, no lo es, desde luego, para sus
víctimas. Lo cierto es que el DAESH no hubiera llegado a ser lo que ahora es
sin la cómplice pasividad del régimen de El Assad, que le dio manga ancha desde
un principio, consciente de que su radicalismo le permitiría presentarse,
andando el tiempo, como baluarte frente a los integristas o como mal menor en
la ecuación, para mantenerse en el poder, aunque fuese de sólo una parte del
país. Ahora, la reconsideración de la estrategia internacional de Francia le da
la razón y demuestra que El Assad y el DAESH se necesitan mutuamente más de lo
que cualquiera de ellos querría reconocer.
Puede resultar comprensible que a raíz de los atentados de París el
gobierno francés renuncie a su exigencia de que El Assad abandone el poder como
paso previo para un proceso de paz en Siria, y sitúen a la guerra contra el
DAESH en lo alto de su lista de objetivos. Pero esto no hace sino reforzar a
los sectores islamistas de la oposición y compromete a los pocos moderados que
quedan sobre el terreno, que llevan tiempo viendo con desesperación como se les
exige que se centren en la lucha contra el DAESH, aun a costa de desviar
fuerzas del enfrentamiento contra el régimen, como condición para recibir apoyo
y armamento. No es de extrañar que la política occidental en el terreno se haya
revelado como un rotundo fracaso, hasta extremos rocambolescos. Y mientras
tanto, los bombarderos rusos siguen castigando las posiciones de todas las
milicias enfrentadas al régimen, para permitir su supervivencia, con la excusa,
de nuevo, de la lucha contra el terror. Desde luego, no son éstas las
condiciones para favorecer a la oposición laica frente a un régimen autoritario
y otros grupos integristas.
Por otro lado, contrariamente a lo que afirman quienes piden
que se impida la entrada en Europa a los refugiados, con la excusa de que puede
haber numerosos integristas entre ellos, estos constituyen la mejor defensa
contra el integrismo y la dictadura. Conocen demasiado bien los horrores que
ambos traen a la población civil y se han visto forzados a huir de ellos. Su mero
acto de escapar constituye la evidencia de que rechazan el integrismo y la
imposición y de que apuestan por una vida plena y digna sin, desde luego,
renunciar a su cultura. No cabe duda de que puede haber casos aislados en los
que algún integrista intente utilizar esta complicada vía para entrar en el
continente, pero por lo que se ha visto en los atentados islamistas de los
último años, incluido éste de París, la mayoría de sus perpetradores son
nacionales, o residen en el país en el que atentan, o en otros vecinos. Por no
hablar de los integristas de extrema derecha, claro. Más bien pareciera que
quienes ya se oponían a la llegada de refugiados, por el motivo que fuese, han
sumado este argumento falaz a su arsenal. Por el contrario, como ya dijimos en
un comunicado anterior, sumar a los refugiados a nuestras luchas cotidianas
(contra el paro, los recortes, por una calidad de vida mínima, etc.) es la
mejor garantía de defensa contra el espectro autoritario, excluyente y
homogeneizador que nos amenaza desde tantos bandos.
Pero todo lo anterior no quiere decir que creamos que tocar
canciones de Lennon en un piano en la escena de la masacre o que colgar el
cartel de Bienvenidos refugiados en las instituciones públicas vaya a hacer
algo por cambiar las cosas. La actitud de la izquierda biempensante y acrítica,
que siempre sabe modular su discurso para no comprometerse, no puede ser la
nuestra. A los totalitarios hay que derrotarles en muchos frentes, desde luego,
en el discurso y socialmente, pero también en los frentes de batalla, en la
medida de lo posible, porque ni con neonazis ni con islamistas cabe diálogo
alguno. Es cierto, cada caso requiere medidas proporcionales y adecuadas. A
nadie se le escapa que no es lo mismo luchar en Kobane que oponerse a una
manifestación de Pegida las calles de Dresde. Pero ambas situaciones forman
parte de una lucha global contra el autoritarismo y la imposición y exigen
tomar partido y hacerlo consecuentemente.
Quien no vea más allá de la pantalla del telediario pensará
que esta afirmación es estatista y que se puede usar para justificar el papel
de los ejércitos nacionales en la crisis. Es cierto que son éstos los que
bombardean las posiciones del DAESH en Siria e Iraq, porque sólo ellos cuentan
con los medios necesarios para hacerlo. Pero quienes combaten a los islamistas
en el terreno son fuerzas populares, desde las unidades del Ejército Libre de
Siria hasta las milicias kurdas del YPG y el YPJ y sus aliados. Sólo ellos han
conseguido avances importantes sobre el terreno, que les han llevado
recientemente a controlar Hassakeh y abrir la ruta hacia Raqqa. Es
imprescindible aumentar de forma inmediata el apoyo y la solidaridad
internacional que éstas reciben y sobre todo, en el caso de los kurdos, exigir
al gobierno turco que deje de atacar sus unidades. Desde el momento en que
éste, con la excusa de la lucha contra el terrorismo, combate a grupos de
orientación laica y revolucionaria, como en Rojava (norte de Siria), se
convierten en lo mejores valedores de DAESH y le dan un importante balón de
oxígeno, como ya se ha comentado en otras ocasiones anteriores.
Por todos lados que miramos, pareciera que el ámbito de la
libertad se va haciendo más pequeño. Las filas de quienes la defendemos, cada
cual en la medida de nuestras posibilidades y circunstancias, están cada vez
menos pobladas. Muchos, presa del miedo, empiezan a asumir un discurso
totalitario que está siempre, en última instancia, cortado por un mismo patrón.
Aceptan renunciar a sus libertades, a cambio de la seguridad que les prometen
quienes ya no la pueden garantizar. Ese es el discurso del DAESH, cuando
proclama que los territorios en los que se ha impuesto están libres de crimen;
el de los gobiernos occidentales, cuando imponen estados de excepción o el de
la ultraderecha, cuando promete un mundo falsamente idílico, construido sobre
una uniformidad cultural y racial. Es urgente resistir esta narrativa
envenenada, bajo cualquier forma que se presente. Sólo la solidaridad entre
quienes seguimos apostando por la convivencia y la resistencia frente a la
imposición, religiosa o de cualquier otro tipo, pueden conseguir superar éste
clima de terror y avanzar hacia el mundo justo, libre y en paz que anhelamos.
Esta solidaridad se puede concretar de muchas formas. Cada cual debe encontrar
la suya. Mientras tanto, lamentamos amargamente todas las víctimas inocentes de
los totalitarios y los integristas y condenamos sus acciones. También en París.