A Teresa Domingo Catalá, poeta

La tarde, conciencia y memoria,
a través del lenguaje escrito,
del ruido sereno del cañón,
y del crujir de los fusiles donde
las ánimas de las ciudadanos tañen
sus oxidados huesos por el tiempo:
exploran sus infinitos límites.

La voz ahogada y doliente lejos, muy lejos,
habla de vosotros. Es viento que gime en la calle.
Ruidos sordos y graves, crispados. Silencio,
rumor extraño. Respiración fatigosa que
se acerca. Oscuridad y más oscuridad
estremecida en eco de suspiros.
Todo se da cita en el espacio que es.

No caduca el poema impreso en
el aire cálido de la tarde. Pancarta gélida
que la página lee antes en su blanca voz.

Acerca sus ignotas fronteras para que
el verso se haga verso hermano
en el cáliz del poema. Y en la mirada,
que es de otro, de quien hablamos, éste
calla, siempre calla. Y no se mueve del
valleinclaniano callejón del Gato, tan querido.

Enrique Villagrasa

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