NOSOTRAS | Villaverde (Comarcal Sur) | Ilustra Ana Nan | Extraído del cnt nº 422
Las fricciones existentes entre feminismo y sindicalismo son una constante. Las que hemos militado en ambos espacios somos conscientes del hecho indiscutible de que este debate no está cerrado ni ha sido abordado desde una perspectiva realmente horizontal por ambas partes. Un debate que, por cierto, ya existía en los años de la clandestinidad y la mal llamada Transición, dando lugar a diferentes perspectivas que unían o distanciaban. Volviendo al presente, yo diría que seguimos en un punto bastante similar: distancias y acercamientos en base a nuestras militancias, únicas o múltiples.
Sin embargo, este pensamiento binario, el que acerca más a una militancia u otra, me parece bastante patriarcal, y tanto dentro del anarquismo como del feminismo esta crítica ya ha sido abordada. En ese sentido, es imprescindible pensar el mundo como un caleidoscopio de realidades que nos atraviesan, más que como un mundo conformado por opuestos, para poder comprender mejor las realidades materiales encarnadas que construyen discursos y luchas.
Las estructuras sindicales son patriarcales. Esbozo esta afirmación aquí haciéndome eco de una de las críticas que el movimiento feminista nos lanza. No tengo mis dudas ante su veracidad y, a pesar de que CNT se organiza bajo los supuestos de autogestión, federalismo, solidaridad y apoyo mutuo, podemos remitirnos a nuestra historia como organización para reconocernos en estos términos. Nuestra propia historiografía está plagada de grandes hombres que fueron importantes para la consecución del ideal anarquista: biografías, testimonios, documentales, fotografías… Sin embargo, aún vemos caras extrañadas cuando hacemos constar el hecho de que el movimiento obrero en el estado español fue inaugurado por las mujeres. Mujeres, muchas de ellas, que se abrazaron a los principios del ideal anarquista para pedir mejoras en sus centros de trabajo, que llenaron las calles y las fábricas de disturbios: cigarreras, cerilleras, cordoneras, costureras… Todavía queda mucho que escarbar para situar a la mujer en el justo lugar que le corresponde, también en nuestros espacios.
Pienso en Teresa Claramunt, junto a Gertrudis Frau y Federación López Montenegro, creando en 1884 la Sección Varia de Trabajadoras Anarco Colectivistas de Sabadell. La visualizo hablando de la necesidad de crear un sindicato no mixto para abordar la doble explotación de la mujer trabajadora. También pienso en las cerca de 28000 mujeres que componían la organización Mujeres Libres, nacida en 1936, que venían a cuestionar el carácter patriarcal de la sociedad y del movimiento libertario y a poner sobre la mesa la necesidad de repensar desde un espacio no mixto las cuestiones concernientes al género, apostando decididamente por hacer de las mujeres un sujeto colectivo clave en el proceso de emancipación social. No les fue fácil, dentro de nuestro movimiento, ser reconocidas. Sin embargo, ellas no cejaron. Ellas creían en las ideas anarquistas y en el anarcosindicalismo. Ellas abrieron muros.
Tanto por nuestra historia como por nuestro presente, las anarquistas y anarcosindicalista tenemos mucho que decir y que aportar al movimiento feminista. Fuimos pioneras y nuestros principios, tácticas y finalidades están en el ADN de muchas organizaciones feministas que desde la autonomía plagan pueblos y ciudades de todo el mundo. Nos une mucho más de lo que nos separa.
Precisamente, tanto por nuestra historia como por nuestro presente, las anarquistas y anarcosindicalistas tenemos mucho que decir y que aportar al movimiento feminista. Fuimos pioneras y nuestros principios, tácticas y finalidades están en el ADN de muchas organizaciones feministas que desde la autonomía plagan pueblos y ciudades de todo el mundo. Nos une mucho más de lo que nos separa.
El 8M como proceso
Hace dos años dentro del sindicato se tomó el acuerdo de convocar la Huelga General Feminista del 8 de marzo. Fue una decisión que nos posicionó en un panorama completamente nuevo. Afrontar esta convocatoria, como han sentido tantas compañeras de CNT, fue un gran reto.
Desde el primer momento, la idea de posicionar al sindicato como un instrumento del movimiento feminista, y por ende, de las reivindicaciones del mismo, me pareció potentísima. Esto venía a alejar del imaginario colectivo el lugar común de que los sindicatos (sean los que sean) siempre buscan estar por delante (aunque lleguen por detrás). Sin embargo, y como apuntaba al comienzo del texto, la fricción sindicalismo-feminismo hizo que esta idea no llegase a calar en todas las compañeras que desde el movimiento feminista estaban organizando el 8M.
Sin embargo, y si pensamos en el 8M como un proceso más que como un fin, se abre un abanico de oportunidades dentro de nuestra organización para llegar a convertir nuestros sindicatos en espacios más feministas —pues ya sabemos que no basta con nombrarse para ser, hay que trabajárselo—. Tenemos ante nosotras la oportunidad de abrir debates dentro de los sindicatos en los que pongamos en el centro las interseccionalidades que atraviesan los distintos cuerpos y cómo éstas repercuten en el mundo del trabajo, de señalar ejes de opresión como el machismo, el racismo, el colonialismo… Debates, digo, de posturas que existen a nivel individual pero que no estamos desarrollando a nivel colectivo, se me ocurren: permisos por maternidades diversas, remuneración de los cuidados, prostitución, reivindicaciones de las migrantes… Temas que, más allá de ser complejos en su abordaje, son necesarios para aprender las unas de las otras, para tener un horizonte de saberes colectivos y para poner al sindicato en los debates que contribuyen a romper, aún más, con el modelo de sociedad patriarcal, capitalista y neoliberal que nos atraviesa.
Si pensamos en el 8M como un proceso más que como un fin, se abre un abanico de oportunidades dentro de nuestra organización para llegar a convertir nuestros sindicatos en espacios más feministas —pues ya sabemos que no basta con nombrarse para ser, hay que trabajárselo—.
Tenemos la oportunidad de abordar en cada sección sindical y en cada sector laboral con implantación cenetista, análisis de las realidades materiales de las mujeres e identidades diversas en el mundo del trabajo, tocando ejes ya mencionados, planificando estrategias de actuación a corto, medio y largo plazo. Preparar guías, como las que en algunas secciones ya se han desarrollado, que sirvan de referencia en sectores claves, puede ser un paso fundamental. De hecho, no es casual que este proceso ya lo estemos notando. No es casual, insisto, el impulso de las nuevas afiliadas que entran con ganas de aportar y construir. De pelear para hacer el mundo del trabajo y la sociedad lugares realmente habitables.
¿Desvirtuar el concepto HUELGA o reinventarlo?
Dice Verónica Gago que «el paro deviene hoy una pregunta de investigación concreta y situada: ¿qué significa parar para cada realidad diversa?» Esta pregunta rompe con una concepción monolítica en nuestro imaginario de lo que implica una huelga. Rompe esa idea cerrada, creando un panorama nuevo que llega a una inmensa diversidad poniéndonos en marcha desde múltiples acciones.
Queremos ver los centros de trabajo vacíos, el consumo paralizado, los institutos y universidades sin alumnas. Sí. Lo queremos y lo queremos en todo el globo, pero reconozco que ver a mi madre en su primera manifestación del 8M es un logro del modelo propuesto. Y una vez más, este proceso está calando en muchas personas que antes estaban alejadas de las calles. Y también de los sindicatos.