Villaverde (Comarcal Sur) | Ilustración: El Bellotero | Extraído del cnt nº 425. Sección Memoria histórica
El 2 de mayo de 1945 los soldados del Ejército Rojo ocuparon las ruinas de Berlín, capital del Tercer Reich; menos de una semana después, los ejércitos del régimen nacionalsocialista alemán se rendían incondicionalmente ante los aliados y se ponía fin a la Segunda Guerra Mundial en Europa. El colapso de los gobiernos fascistas europeos, que dejaban como secuela un continente humana y materialmente arrasado, retumbó con tanta fuerza que sus ecos llegaron hasta Carabaña, un pequeño pueblo al sudeste de Madrid, famoso por sus aguas medicinales, que apenas sumaba dos mil habitantes. Y sin embargo, hace ahora setenta y cinco años, acogió un decisivo Pleno Nacional de Regionales de la CNT.
El 1 de mayo de ese mismo año, y en un París liberado hacía nueve meses, se celebró un primer Pleno de Federaciones Locales del Movimiento Libertario Español en Francia en el que estuvieron representados 35.000 afiliados, organizados pero dispersos por todo el territorio francés, que representaban a la mayoría del exilio confederal, cuya presencia en Londres, el norte de África o el continente americano era casi testimonial. Allí, entusiasmados por las noticias que llegaban de Berlín, tomaron el acuerdo de que la CNT «ratifique sus principios y sus tácticas y continúe su trayectoria anti-estatal y revolucionaria», aunque sin que eso significase «la inhibición de todos los problemas planteados en España y en el mundo, a cuya solución aportará constantemente su intervención activa y sus soluciones genuinas». Y si bien consideraron que no tenían suficiente perspectiva para valorar el período histórico más reciente, estuvieron de acuerdo en «que las experiencias de resultado positivo son las de iniciativa e impulso populares», relegando a un segundo plano su participación en las instituciones republicanas durante la Guerra Civil.
Que en 1945 la CNT fuese capaz de reorganizarse con tanta fuerza en el interior y en el exilio, después de diez años ininterrumpidos de guerra y opresión, merece hoy el recuerdo y homenaje a toda una generación de anarcosindicalistas.
Curiosamente, el texto de esta ponencia política presentada al Pleno parisino iba refrendado por dieciocho militantes de todas las sensibilidades que tradicionalmente convivían en los sindicatos cenetistas; desde los más anarquistas, como Federica Montseny y Germinal Esgleas, hasta aquellos que con los años adoptaron posiciones heterodoxas, como Horacio Martínez Prieto y Ramón Álvarez, pasando por otros tan prestigiosos como Juan Puig Elías.
Pero si París en 1945, parafraseando a Ernest Hemingway, era una fiesta, en España las noticias de la derrota de las potencias del Eje, Italia y Alemania, despertaron el entusiasmo de quienes se oponían al régimen de terror que encabezaba el general Franco. Todos los españoles, vencedores y vencidos en la Guerra Civil, esperaban, con ilusión o con temor, que alcanzada la paz en Europa los países aliados volviesen sus ojos a España y acabasen con una dictadura que solo había podido imponerse con la complicidad de Adolf Hitler y Benito Mussolini y que había colaborado con ellos durante la Segunda Guerra Mundial, aunque fuese en las escasa medida de sus posibilidades. Como Albert Camus escribía el 7 de septiembre de 1944 en Combat, «Ningún combate será justo si se hace contra el pueblo español. Ninguna Europa, ninguna civilización será libre si se construye sobre la esclavitud del pueblo español. ¿Quién se atreverá a decirme que soy libre cuando los amigos de los que estoy más orgulloso están todavía en la cárceles de España?».
La idea de que el régimen franquista sería la última ficha en caer en el tablero europeo había ido tomando forma desde 1943, tras la batalla de Stalingrado. La dictadura intentó maquillar su carácter totalitario con la puesta en libertad de miles de presos antifascistas, favoreciendo la reconstrucción cenetista que, a pesar de hacerse en la más estricta clandestinidad y de sufrir la más cruel represión, supuso una primera victoria. Se calcula que entre 1945 y 1947 la CNT tenía dentro del territorio español unos 60.000 afiliados, cuando la simple posesión del carné confederal se traducía en años de cárcel. No solo las Federaciones Locales de Madrid y Barcelona contaban con más de una veintena de sindicatos, según el profesor Ángel Herrerín, sino que la red confederal se extendía por todos los rincones del país; si Solidaridad Obrera repartía diez mil ejemplares de cada número, al Sindicato de la Madera de Cuenca cotizaban regularmente doscientos afiliados.
Se calcula que entre 1945 y 1947 la CNT tenía dentro del territorio español unos 60.000 afiliados, cuando la simple posesión del carné confederal se traducía en años de cárcel.
En el verano de 1945 los cenetistas del interior consideraron llegado el momento de fijar en un comicio su posición ante el inminente final del franquismo. El Pleno clandestino se abrió en Carabaña el 12 de julio de 1945 a las nueve de la mañana, con la asistencia del Comité Nacional y representantes directos de todas las Regionales, con excepción de Asturias que no recibió a tiempo el orden del día. De las actas del Pleno, que se prolongó hasta el 16 de julio, se desprende la urgencia por preparar un futuro sin Franco, que se creía muy cercano, y por «enmendar los extravíos que padecen algunos grupos confederales en el exilio, y proclamar meridianamente la posición político-social de España», es decir por anteponer la voluntad de los militantes del interior a los acuerdos adoptados en París en el mes de mayo por los exiliados.
Por encima de los detalles y más allá de la polémica, los militantes del interior consideraban que las circunstancias excepcionales de la Guerra Civil no habían terminado, y sostenían la necesidad de colaborar con UGT, con la que habían firmado un pacto de unidad, y con el resto de fuerzas de oposición a través de la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas, que creían embrión de un próximo gobierno. Aunque no renunciaban a la lucha armada, y se enorgullecían de controlar a la mayoría de los guerrilleros, confiaban que la presión internacional y la unidad interior impusiesen la caída del franquismo. Con esta esperanza, y a pesar de lo aprobado en París y en Carabaña, aceptaron que dos militantes del interior —José Expósito Leiva— y del exilio —Horacio Martínez Prieto— formasen parte del gobierno republicano que en Méjico presidía José Giral, como ministros de Agricultura y Obras Públicas.
Por el contrario, los cenetistas del exilio opinaban que, terminada la Guerra Civil, se abría una nueva etapa en la que CNT debía de volver a sus postulados clásicos de oposición a toda acción parlamentaria y gubernamental. Su experiencia directa del sectarismo con que republicanos, socialistas y comunistas habían tratado a los exiliados y su conocimiento de lo que estaba pasando en los países liberados, y citaban expresamente las elecciones en Francia y Reino Unido, les hacía desconfiar de las salidas políticas unitarias y de las soluciones tuteladas por las naciones aliadas.
El desencuentro provocado por los acuerdos contradictorios de los Plenos de París y Carabaña de 1945 se agudizó con la participación de Leiva y Martínez Prieto en el gobierno republicano —en condiciones humillantes— hasta provocar la ruptura del movimiento libertario en dos facciones antagónicas, con mayor respaldo en el interior y en el exilio, que no se reunificaron hasta el Congreso de Limoges de 1961.
Desde 1948 el general Franco, y los españoles con él, comprendieron que las potencias aliadas no iban a tomar ninguna iniciativa eficaz para forzar un cambio de régimen, y que nuestro país iba a ser, con Portugal, la excepción política de la posguerra europea. Con esa tranquilidad, la dictadura impuso una brutal represión sobre los principales grupos de oposición. La CNT se vio forzada a replegarse y abandonar su tradicional estructura sindical para refugiarse en pequeños grupos de afinidad y propaganda, mientras que el historiador Fernando Hernández Sánchez confirma que «a finales de los años 40 la organización del PCE [quedó] reducida a las cárceles, replegada en el exilio, aislada en los montes o enterrada en los cementerios».
Pero que en 1945 la CNT fuese capaz de reorganizarse con tanta fuerza en el interior y en el exilio, después de diez años ininterrumpidos de guerra y opresión, merece hoy el recuerdo y homenaje a toda una generación de anarcosindicalistas.