361 noviembre 2009

Manifestaciones pro vida

Al cierre de esta edición, semana y media después del
día de autos, seguimos con el baile de cifras sobre la manifestación
contra la interrupción voluntaria del embarazo: 2 millones según los
organizadores, 1,2 estima la Comunidad de Madrid, 265 mil para El País y
algo menos según la Policía Nacional. La estimación más exacta parece
ser la de una empresa que se dedica a contar los manifestantes uno a
uno. Total: 55.316. Cuarenta veces menos de lo “estimado” por la
organización. ¿Tan sólo es la tecnología la responsable de esa
diferencia? Si repasamos los datos del manifestódromo nacional desde la
Transición tan sólo encontramos unanimidad cuando se trata de
convocatorias unitarias del poder político: 23F, asesinatos de Tomás y
Valiente y Miguel Ángel Blanco, atentados de Atocha… Sin embargo en
las marchas contra la guerra de Irak de febrero de 2003; contra, o a
favor, del matrimonio gay; se vuelven a repetir diferencias de orden 20,
como máximo. Mitad de la diferencia que nos ocupa. ¿Se convertirá Lynce
en el nuevo enemigo de la libertad de expresión? Por lo pronto consigue
lo que muchos maderos intentaron antes a palos (perdón por la
redundancia): disolver manifestantes. Todos los que alguna vez hemos
tenido que dar una cifra sobre la asistencia a una convocatoria hemos
hecho estimaciones a la alta. Una cosa es exagerar un poco las cifras y
otra meter 41,2 asistentes en un metro cuadrado de asfalto. De ahí para
abajo hagan cuentas para contrastar el grado de sadismo de las
estimaciones. No nos engañemos: mentir, aunque entra dentro de la
libertad de expresión, es una indecencia. ¡Qué nos podríamos esperar de
tanto cura y beata! Aunque bueno, si son seguidores de un tipo nacido de
una virgen fecundada por una paloma, estas(os) cuentas(os) de la vieja
no son de extrañar. Ni las matemáticas ni ninguna ciencia son lo suyo.

Pero aquel fatídico 17 de octubre no sólo supuso un gustoso
calvario para cada uno de los dignos españoles obligados a pasearse bajo
un sol de espanto (de otoño, que pica más) apretado entre otros
cuarenta iguales en 5 metros cúbicos (¿de un metro de lado de base?
¡Horror: en realidad eran catalanes!). Aquel dantesco espectáculo estaba
salpidado de proclamas torticeras y maniqueas, que podrían ser normales
en la chusma pero nunca entre la gente de orden.

“El estado tiene que defender la vida”. Me desayuno con
la multitudinaria marcha contra el aborto en Madrid y no puedo dejar de
sonrojarme cuando leo afirmaciones como ésta. Nunca pensé que alguien
por el hecho de profesar una ideología tenga por qué ser más
inteligente, honrado, generoso o trabajador que otra pero desde luego
las ideas son vehículo de cualidades (a)morales. No entiende el lector
cómo puede nadie manifestarse contra el aborto y al unísono a favor de
la defensa de la vida por parte del estado. Estado y vida son
antagónicos. El estado surgió para encauzar la vida, para enajenar a la
humanidad y a la naturaleza de su ser. El estado decide quién vive y
quien muere mediante la ley y el orden. Es la ley la que convierte en
asesino a un suicida, “racionaliza” la pena capital, legitima la tortura
(véase Guantánamo, régimen FIES y otros) y declara la guerra. El estado
no sólo sanciona el uso de la violencia, pretende acaparararla.
Policía, carceleros y ejército son sus brazos ejecutores; en ocasiones
intercambian papeles, tanto monta, monta tanto. Violencia y estatismo
son una misma cosa. “Al final la única dialéctiva válida es la de los
puños”. Cuando acaba la mascarada vemos su rostro más atroz: fascismo,
bolcheviquismo, nazismo, nacionalcatolismo y tantos otros -ismos
interesados en vivir a costa y a pesar de.

No faltan en la manifestación criaturas que sus padres
agitan como trofeos de una pugna con el estado (socialista) que les
podría haber arrebatado a sus hijos si hubieran legislado antes el
derecho al aborto. “Ave Zapatero. Morituri te salutant”. Hay quien
quiere hacernos confundir derecho con obligación. El discurso del ala
derechista del estatismo convierte en agravio colectivo lo que es
libertad individual. Ni nos han obligado a casarnos con personas de
nuestro mismo sexo ni se empujará a ninguna mujer a la interrupción del
embarazo (I. voluntaria E.). Obvian un derecho como la vivienda, por
detrás siempre de su antagónico: la propiedad. Y mutan otro: el del
trabajo, en obligación. Cuestiones de posición: blancas comen negras, en
las damas y en la realidad. El que tiene (pisos, empresas, tierras…)
quiere aumentar -conservar como mínimo- aún a costa de la vida de la
mayoría de la humanidad: trabajadores y madres que habrán de seguir
dando brazos y cerebros en abundancia que sostengan su sistema.

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