Todos los 25 de julio en Galicia se celebra el día de la patria, para unos, y la festividad de Santiago Apostol, para otros… Para nosotros, los anarquistas, asistimos a dos caras de la misma moneda.
A modo de reflexión, reproducimos un párrafo aleccionador de la obra de RUDOLF ROCKER «nacionalismo y cultura», para posteriormente terminar con un fragmento de un artículo del anarquista vigués RICARDO MELLA, publicado en el períodico asturiano «Acción Libertaria» (1910), en respuesta a unas manifestaciones de Kropotkin respecto a la independencia de determinadas regiones del imperio autrohúngaro. Tanto uno, como otro, explican con una claridad meridiana la postura del movimiento libertario frente a estas exaltaciones en las que no participamos, no por pasotismo, sino por clara oposición.
«Todo nacionalismo es reaccionario por esencia, pues pretende imponer a las diversas partes de la gran familia humana un carácter determinado según una creencia preconcebida. También en este punto se manifesta el parentesco íntimo de la ideología nacionalista con el contenido de toda religión revelada. El nacionalismo crea separaciones y escisiones artificiales dentro de la unidad orgánica que encuentra su expresión en el ser humano; al mismo tiempo aspira a una unidad ficticia, que sólo corresponde a un anhelo; y sus representantes, si pudieran, uniformarían en absoluto a los miembros de una determinada agrupación humana, para destacar tanto más agudamente lo que la distingue de los otros grupos. En ese aspecto, el llamado «nacionalismo cultural» no se diferencia en modo alguno del nacionalismo político, a cuyas aspiraciones de dominio ha de servir, por lo general, de hoja de parra. Ambos son espiritualmente inseparables y representan sólo dos formas distintas de las mismas pretensiones.» RUDOLF ROCKER.
<La autonomía, o si se quiere, la independencia de Hungría, de Servia, de Irlanda, de Cataluña, de cualquier nación, región, comarca o lo que parezca mejor llamarle, ¿realizaría algo más que un cambio de poder central, de gobernantes y funcionarios? Cuando se nos conteste afirmativamente y se nos diga el cuánto y el cómo, hablaremos. Por ahora, atendiéndonos a los términos indiscutidos de la cuestión, se trata simplemente de constituir naciones independientes o autónomas y, por tanto, más o menos, con gobiernos, funcionarios, etc., propios. La autonomía municipal, la de los individuos, quedan a merced, en lo futuro, de los nuevos amos. La magna cuestión de la propiedad, la emancipación de los jornaleros, ni siquiera se les toca de soslayo. Se trata, pues, de un problema puramente patriótico, cuya solución haría efectiva la autonomía o la independencia para una sola clase, la de los capitalistas; nula, para el resto del país. ¿Qué puede mover a simpatía, en este caso, los sentimientos y el pensamiento de un Kropotkin? Lejos de nosotros el supuesto de que un revolucionario de la buena cepa se imagine que por semejante camino arribaremos a la emancipación de la humanidad, verdadera meta de sus aspiraciones.
>El reconocimiento de la personalidad o nacionalidad de Cataluña, Irlanda, etc., es una cuestión de tradiciones y de historia en cuyo análisis particular no tenemos por qué detenernos. Mucho más que pueda importar el establecimiento definido de esas personalidades históricas, cuyo origen está, juntamente con el de las grandes nacionalidades, en la misma raíz del privilegio, importa la libertad de formar personalidades plenamente libres para cualesquiera fines, de producción y cambio y consumo, o simplemente artísticas y científicas o de pura simpatía y afinidad. Y como a esta libertad y a este reconocimiento de las colectividades formadas o a formar no puede llegarse sino por medio de la liberad individual -alma mater de todas las libertades-, y como la autonomía individual es imposible sin la previa igualdad de condiciones económicas, políticas y sociales, resulta inmediatamente que, pese a nuestras simpatías por las pequeñas nacionalidades rebeldes, ellas no laboran por otra cosa que por un simple cambio de amos, gobernantes y propietarios en una sola pieza.
>Por otra parte, bajo el punto de vista político y social, la autonomía o independencia de esas pequeñas nacionalidades históricas supone casi siempre reviviscencia de tradiciones y atavismos que nada tienen de común con el progreso. Y si de otro lado el centralismo ha tratado y trata de borrar con su enorme esponja cuanto había y hay de característico en esas nacionalidades, y contra la violencia y la injusticia y el atropellamiento de un privilegio moribundo, ¿qué pueden hacer los hombres de ideas progresivas? ¿Optar por uno de los males? Nuestra actitud esta siempre definida: es de resuelta rebeldía frente a todos los despotismos.
>No es por la historia, por la tradición, por las cualidades y condiciones privativas de cada personalidad como se ha de establecer el derecho a la autonomía o a la independencia. Colocarse en este terreno es pasarse al enemigo, caer de bruces en el campo del adversario, de los hombres de la tradición, defensores de los privilegios pasados, presentes y futuros en los político, en lo económico y en lo social.
>La autonomía, la libertad de gobernarse, mejor, de arreglar sus asuntos por sí mismos, ya se trate de individuos, ya de colectividades, es un derecho natural, primitivo, anterior y superior a toda ley, de tal modo, que cualquier restricción lo anula en absoluto. Reducirlo a la existencia de las pequeñas nacionalidades es suprimir de un plumazo todo el progreso y olvidar por completo el problema universal de la emancipación humana.
>¿No es de suyo ya un mal grave este resurgimiento de particularismos que traen divididos a los hombres de ideas radicales mientras los elementos reaccionarios se apiñan alrededor de la bandera de la tradición patriótica? ¿No está diciendo a voces ello mismo que frente a la tendencia cosmopolita triunfa el patriotismo de campanario?
>No somos de los que declaman contra el sentimiento de patria en cuanto es la expresión del cariño a lugares y cosas en que hemos vivido. Nos conmueve profundamente el eco lejano de la canturria de la niñez, la lengua en que balbuceamos las primeras palabras, la música y la poesía en que nuestro espíritu se educó. También repercute allá, muy hondo, el rumor de otras músicas, de otras lenguas, de otros cantares de tierras en que, ya hombres, hemos vivido y gozado y… sufrido. ¿Por qué bañarse aprisionados en el estrecho recipiente de piedra teniendo a nuestro lado el lago, el río, el anchuroso mar donde van todas las lenguas, todas las músicas, todas las poesías, todos los armoniosos rumores de la Naturaleza y de la vida y también todas sus turbulencias?
>Y aun después, ¿querremos levantar un estado de derecho sobre movedizos estados de afectos y pasiones, de recuerdos y de añoranzas?
>Bien está la rebeldía a todas las pasiones; pero mientras el mundo político y el mundo de los intereses luchan por la patria chica y por la patria grande, nosotros queremos luchar por la patria de todos y para todos, por la patria para los millones de esclavos que pueblan todas las patrias dirigidas y explotadas, las grandes y las chicas, por los detentadores y acaparadores de la riqueza; queremos luchar al lado y por la emancipación de esos millones de hombres que carecen de patria porque carecen de pan y de libertad.
>Y mientras esas multitudes desposeídas no tengan pan, ni abrigo, ni libertad, será irrisorio hablarles de patria, de poesía, de literatura, de música y de instituciones y cantares que no pueden sentir, entender ni gozar, y que si las sintieran, entendieran y gozaran sería para que entre los hermanos en servidumbre se levantaran nuevas e infranqueables barreras.
>Por esto, frente a una opinión todo lo respetable que se quiera, nosotros ratificamos una vez más el amplio sentido de la filosofía anarquista que, si no riñe con las particularidades características de las personalidades individuales y colectivas, ni se opone a la libre expansión de todos los modos de comunicación espiritual, sea por la palabra, sea por el pincel, sea por el sonido, ni siquiera niega la posibilidad de todos los métodos imaginables de vida práctica y material, afirma siempre y siempre proclama la universalidad de sus aspiraciones por la emancipación humana y el cosmopolitismo necesario, indispensable a la buena armonía y a la paz entre los hombres.
>Por oposición al capitalismo, somos anarquistas; lo somos asimismo frente al gubernamentalismo, expresión de aquél; y también contra el espíritu estrechamente patriótico, la afirmación anarquista se levanta poderosa y triunfante. Ninguna simpatía será bastante fuerte para torcernos u obligarnos a transigir.> RICARDO MELLA.