DOSIER Esto está que arde | Fotografía de JCHR-FLICKR / de Emezetaeme | Extraído del cnt nº 433
Se me ha ocurrido empezar con esta canción tan popular de Carlos Gardel que dice que veinte años no es nada. Es por ponerle algo de música y de humor a las próximas líneas.
Hace muy poco hablábamos del colapso como algo lejano en el tiempo, sin embargo, a día de hoy, creo no equivocarme si afirmo que el colapso ya ha comenzado. Le tenemos en frente de nuestros propios ojos, quizás no lo imaginamos así, pero la realidad se antoja tozuda, no sirve de nada que sigamos mirando para otro lado como si nada estuviese pasando.
«No es un suceso, sino un proceso. No hay un momento cataclísmico que marque el segundo exacto en el que se abre el abismo bajo nuestros pies, si no que una combinación de factores actúan durante un período más o menos prolongado de tiempo y se refuerzan entre sí. Más bien, la cuestión acuciante es si seremos capaces de navegar este proceso para arribar a costas de mayor libertad y solidaridad o si la anomia, la descomposición social, abrirá las puertas a una nueva era de oscuridad, ignorancia, tiranía y genocidio», como apunta Miguel Ángel Pérez en su libro Nuevo sindicalismo.
Cuando nos hablan de progreso, de desarrollo sostenible, de tecnología, de la ciencia como fórmula mágica, nos ocultan la grave crisis eco-social que se nos viene encima. Una subida de precios disparada, unos servicios públicos cada vez más mermados, todo apunta a una crispación social en aumento y un estado incapaz de dar solución a los conflictos sociales.
Científicos y ecologistas alertan de la desaparición de la huerta murciana, valenciana y almeriense, que según sus pronósticos se anegará en un horizonte no muy lejano por la subida del nivel del mar.
Barcelona, La Coruña, Vigo, Gijón, Avilés, la costa gaditana, la costa del levante, la costa de Huelva, y la costa almeriense, quedarán en gran parte inundadas. Algunos acontecimientos ya apuntan en ese sentido. La costa mediterránea será una de las zonas más castigadas.
A finales del mes de Marzo, desaparecía la arena de las playas de Tavernes dejando los cimientos de los edificios de primera línea al descubierto. Pocos meses después, las playas de Barcelona, y este pasado mes de agosto un reventón térmico se llevaba la vida de un joven en el Medusa Festival de Cullera. Pero estos acontecimientos de danas y fenómenos atmosféricos adversos son frecuentes en esta zona de la costa mediterránea y la previsión es que vayan a más.
Dentro de nuestro territorio, la península ibérica, tan sólo algunas zonas interiores del norte de Portugal, la zona cantábrica y algunas zonas del Pirineo y del Prepirineo, tendrán condiciones para la vida, según alertan los expertos. Habrá dificultades para sembrar y cosechar alimentos por estar sometidos a temperaturas extremas, fenómenos meteorológicos adversos, subida del nivel del mar, incendios y falta de agua dulce.
En apenas dos décadas, la tierra en la que habitamos se volverá más inhóspita, más inestable, más difícil. Pero también será el único refugio para la vida y para la supervivencia de nuestra especie.
Este pasado mes de febrero, el informe del Grupo Intergubernamental de Expertos de Cambio Climático de la ONU (IPCC, por sus siglas en inglés), era contundente en sus conclusiones: «Los efectos del cambio climático son intolerables e irreversibles. Al ritmo actual de reducción de las emisiones, el incremento térmico provocará amenazas a la producción de alimentos, el suministro de agua, la salud humana, los asentamientos costeros, las economías nacionales y la supervivencia de gran parte del mundo natural». Y serán intolerables, porque afectarán a la población más vulnerable, que es, además, la menos responsable de este desastre.
Las migraciones serán todavía más protagonistas, porque el derecho a un medio ambiente sano es una quimera. Según datos de ACNUR, desde 2008, más de 20 millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares por causas relacionadas con el clima.
Volviendo al informe del IPCC, las políticas y los compromisos de los países más contaminantes, vaticinan que el calentamiento global durante las próximas dos décadas se alejará mucho del objetivo de no sobrepasar un grado y medio. Podría alcanzar entre 2,3ºC y 2,7ºC. Una bomba de relojería.
¿Alguien espera algún resultado, alguna política efectiva por parte de gobiernos y organismos internacionales que a estas alturas remedien este desastre que se nos viene encima? Ni la Agenda 2030, ni las cumbres climáticas COP, ni los gobiernos, ni por supuesto las multinacionales, van a hacer nada más allá de vendernos un capitalismo verde tejido de más brecha social y más estados fortaleza. El negocio es el negocio.
Pongamos un ejemplo: el coche eléctrico. Nada nos dicen sobre el proceso de fabricación, altamente contaminante, ni de sus baterías, que lo son más aún, además de incentivar las políticas extractivas neocoloniales y acentuar las desigualdades. Proyectos como el Plan Estratégico para la Recuperación y Transformación Económica (PERTE) para impulsar este mercado «verde» del coche eléctrico, financiado con fondos públicos, esconde un suculento negocio. No en vano el sector automovilístico en nuestro país supone el 11% del PIB y es el segundo productor de coches de la UE.
La gestión de nuestros bosques, en manos de empresas privadas. Bomberos forestales trabajando hasta 22 horas seguidas, con salarios mínimos, sin el material adecuado, sin formación, jugándose la vida por apagar los incendios que los arrasan y cuando la cosa se pone fea llamamos a los militares de la UME.
Es el tiempo del anarquismo. Apremia crear comunidades libres, autónomas, construir soberanía alimentaria, cooperativas, comunidades energéticas, mucho apoyo mutuo y colectivizar el trabajo. Abolirlo, diría yo, para ocuparnos de lo que de verdad importa: la vida.
Nada se invierte en prevención. El abandono rural, la implantación de macro-granjas, todo va en contra de proteger las especies de flora y fauna que habitan el territorio, ni de prevenir las inundaciones, los incendios y evitar el avance de la desertización. Capitalismo depredador y dominador.
Podríamos poner muchos ejemplos más, pero no cabe duda que fondos y recursos se destinan siempre en favor de intereses privados en lugar de fortalecer medios colectivos más allá del puro mercadeo. En Sanidad, en educación, en transporte, en vivienda, en alimentación, en el cuidado a nuestro medio ambiente, en el acceso al agua, en derechos básicos.
Sin embargo, poco han tardado nuestros gobernantes en ponerse de acuerdo para subir los presupuestos de defensa incrementando el gasto militar hasta el 2% del PIB en la pasada cumbre de la OTAN en Madrid. Uno de los sectores más lucrativos y más contaminantes del mundo, eso sin tener en cuenta lo que llaman daños colaterales, el asesinato de víctimas civiles.
Los recursos del planeta son finitos y la guerra de Ucrania, aunque arroje más incertidumbre, no deja de ser una más. Son diez los países que actualmente siguen en conflicto en el mundo.
Ante este panorama acelerado, conviene pasar a la acción antes de estar al borde del abismo, pues entonces todo será más difícil.
Es el tiempo del anarquismo. Apremia crear comunidades libres, autónomas, construir soberanía alimentaria, cooperativas, comunidades energéticas, mucho apoyo mutuo y colectivizar el trabajo. Abolirlo, diría yo, para ocuparnos de lo que de verdad importa: la vida.
Son nuestras herramientas y nuestros principios los que mejor se adaptan a una situación como la que nos plantea un futuro no muy lejano.
Cuando nos hablan de progreso, de desarrollo sostenible, de tecnología, de la ciencia como fórmula mágica, nos ocultan la grave crisis eco-social que se nos viene encima. Una subida de precios disparada, unos servicios públicos cada vez más mermados, todo apunta a una crispación social en aumento y un estado incapaz de dar solución a los conflictos sociales.
Es el momento de que nos atrevamos a soñar, en colectivo y con determinación. No somos los únicos. Surgen proyectos e iniciativas de ecoaldeas, comunidades alternativas, viviendas colaborativas, cohausing, etc, que dan el salto para construir un proyecto de vida diferente, más o menos alejado del capitalismo.
Sin embargo, y citando a Vandana Shiva, «el primer paso para el cambio se produce en nuestra cabeza. Mientras nuestra mente está ocupada con estructuras dominadoras y colonizadoras, estamos dando nuestro consentimiento silencioso y no estamos contribuyendo a construir alternativas. Si no cambiamos nuestra forma de pensar en nuestras acciones cotidianas, sostenemos el sistema».