«Habanastation» y el “socialismo” en Cuba

“Qué cosa tan terrible. Un gran trabajo han pasado los artistas cubanos para poder denunciar esas diferencias, y ahora, cuando lo hacen, es para lograr la simple aceptación de estas.“


Octavio Alberola / periódico cnt


Para los que denunciamos el falso “socialismo” existente en Cuba no nos conmoverá la realidad social que la última película de Ian Padrón refleja a través de la historia de dos niños de una escuela cubana, uno de ellos de una familia rica (“de más ingresos”, es el eufemismo que utiliza el lenguaje oficial) y el otro de una familia pobre. Dos niños que a pesar de la diferencia económica terminan siendo amigos a partir de la relación que establecen en torno a que uno de ellos posee una consola de juegos (PLAYSTATION) que el otro nunca antes ha podido tener, ni siquiera había podido ver. No nos conmoverá porque, desde hace mucho tiempo, la realidad social cubana nos indigna.



¿Cómo no INDIGNARSE al comprobar que, pese a más de 50 años de pretendido “socialismo”, la llamada “Revolución cubana” no sólo no ha podido poner fin a esas “diferencias” sino que además se van agrandando. Y que no nos vengan, una vez más, con justificaciones burguesas (“la educación y la medicina es gratuita para todos”) para justificar lo injustificable: un “socialismo” que, además de coartar todas las libertades formales, se acomoda con la riqueza de unos y la pobreza e inclusive la miseria de otros.


Que no insistan con tales “justificaciones”; pues también en muchas de las democracias capitalistas existen esas “conquistas” y no por ello defendemos el capitalismo. Como tampoco podemos defenderlo porque entre los trabajadores haya sectores con alto poder adquisitivo.


Nuestra crítica al capitalismo se funda, entre otras cosas, porque genera diferencias sociales -no sólo porque esté basado en la
explotación y la dominación. Si no generara diferencias, si sólo fuera un modo de producción (libertad de iniciativa), el capitalismo sería aceptable. Pero no, el capitalismo es más que un modo de producción, el capitalismo (privado o de Estado) lleva inexorablemente a establecer una sociedad de ricos y pobres, con todo lo que eso implica de exclusión e injusticia.


El capitalismo privado en los USA y el capitalismo de Estado en Rusia y China, por citar sólo estos dos ejemplos paradigmáticos, prueban que el capitalismo es siempre un sistema de explotación y dominación que divide a la sociedad en dos clases: la explotadora-dominadora y la explotada-dominada.


Como lo muestra “Habanastation”, la sociedad cubana está dividida hoy también en dos clases, la explotadora-dominadora y la explotada-dominada, y en consecuencia el pretendido “socialismo” es una grosera falacia. De ahí nuestra INDIGNACIÓN ante la resignación (“hay muchas formas para que un niño sea feliz”) del propio realizador de este filme, como de muchos que viven bien en Cuba hoy, por conformarse con esta sociedad de ricos y pobres producida por un “socialismo” regentando por la familia dueña del Estado-Partido en que se ha convertido la “Revolución cubana”.


Una resignación ante la injusticia que explica el por qué “Habanastation” ha podido estrenarse hace unos días en la sala “Charles Chaplin”, sede habanera de la Cinemateca de Cuba, con lleno completo. Pues, como señala Isabel Díaz Torres en el artículo que
reproduzco a continuación, aunque la cinta muestre la cruel realidad social actual en Cuba, el mensaje de la película es el del respeto a las diferencias, y un tal discurso es hoy “totalmente paralizante en la arena de las luchas reivindicativas.”


La opinión de Isbel Díaz Torres sobre “Habanastation”


La nueva película cubana resulta un alivio para los ricos de la isla. Cuando tengan cargo de conciencia, ya saben que basta con regalar un PLAYSTATION a un niño pobre. El nuevo filme de Ian Padrón está siendo un éxito en la capital cubana, y estoy seguro que lo será en todo el país, y mucho más cuando salga a las arenas internacionales. La historia no ofrece una versión edulcorada de la realidad, sino que expone varias de las contradicciones que marcan la actualidad de la isla, y lo hace de manera sincera y directa.


En los debates que su director ha estado promoviendo durante esta semana en la capitalina sala Chaplin, se ha revelado que los dos niños protagonistas encarnan al mismo Ian Padrón y a un desconocido Carlos Roque, vecino del barrio La Timba. En la vida real, mientras el padre de Ian era el famoso Juan Padrón (realizador y autor del personaje animado Elpido Valdés), y lo llevaban a la escuela en auto, Carlos era solo un niño pobre que vivía en una barriada desfavorecida de la Habana.


Contradicciones entre un niño rico y otro pobre en la Cuba socialista: eso pintaba muy interesante. Los escandalosos privilegios de determinados grupos sociales, minoritarios, siempre han molestado a un pueblo pobre, pero cultivado en un profundo sentido de justicia.


Entonces ¿cuál es el problema? ¿No queremos un cine crítico? Una de las primeras cosas que me molestó fue que se escogiera para encarnar al padre rico a un jazzista exitoso. Cualquiera sabe que la gente en Cuba privilegia a sus músicos y deportistas. Los debates sobre el auto de Sotomayor, de los músicos de los Van Van, forman parte de los mitos populares. Por supuesto que reflejan desigualdades injustas, pero la gente lo tolera. Lo que sí no tolera son los privilegios, secretos a voces, de la aristocracia militar de la isla, por ejemplo, de algunos altos dirigentes del estado cubano, o de ex-militares convertidos en panzudos empresarios del turismo. Eso sí hubiera sido valiente reflejarlo. Pero a fin de cuentas, no es mi película, hay que respetar la idea de sus realizadores, y no es tan grave.


Los avatares del filme llevan al niño rico hasta el barrio pobre. Allí reconoce una realidad totalmente ajena a la suya. Por cierto, no solo él la descubre, también muchos espectadores del Chaplin se asombraron que cubanos vivieran en semejantes condiciones. A veces me pregunto dónde vive la gente. Carlitos, la contraparte del acomodado pionero vanguardia, es un mulato indisciplinado que se pelea en la escuela y que no asistió al desfile del 1º de mayo. Tenía que ir a buscar el gas para su cocina,
pues su padre está en la cárcel y su madre ha muerto. Debo confesar que el dibujo de este personaje me gustó mucho. Era poseedor de esa dureza y dignidad que otorga el trabajo. Ya el controversial Silvio Rodríguez había dicho: “Tener no es signo de
malvado / y no tener tampoco es prueba / de que acompañe la virtud; / pero el que nace bien parado, / en procurarse lo que anhela / no tiene que invertir salud.”


La nobleza de Carlitos es conmovedora, al igual que su desprecio por los “niños de papá.” Nunca ha jugado con un PLAYSTATION, y su sueño infantil es tener un coronel (papalote grande). Para eso recoge, limpia y vende botellas de cristal. “Un coronel son como 300 botellas” dice, y aún le faltan muchas por colectar.


No es difícil imaginar que la historia trata sobre la transformación humana en el niño rico, quien logra destrozar su egoísmo en un día, gracias a los influjos éticos del niño pobre. Eso no estaría tan mal si la historia, además, no castrara la rabia del pobre. El filme llama a una tolerancia mutua que paraliza a los individuos desfavorecidos, mientras los privilegiados continúan su desarrollo económico y su exitosa carrera social.


En el debate posterior, un joven estudiante de psicología, emocionado por la belleza de la película, lo dijo con total exactitud: “A pesar de las diferencias de clase, la armonía puede prevalecer.” Qué cosa tan terrible. Un gran trabajo han pasado los artistas
cubanos para poder denunciar esas diferencias, y ahora, cuando lo hacen, es para lograr la simple aceptación de estas. Es la
naturalización de la injusticia. Para colmos, Ian Padrón responde que “hay muchas formas para que un niño sea feliz.” lo cual es cierto dentro del discurso del respeto a las diferencias, pero totalmente paralizante en la arena de las luchas reivindicativas.
Los dos niños se hacen amigos y terminan felices, para emoción de toda la sala. De tal modo, el rico agregó a sus riquezas materiales los valores espirituales de la amistad, el desinterés, la solidaridad, la valentía. ¿El pobre? El pobre se ganó un PLAYSTATION III, y la certeza de que los ricos son buena gente.

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