Recuerdo a Gisela como una leona, territorial y dura de pelar. Cuando aquellos mozalbetes que éramos hace más de cuarenta años íbamos por su casa a ver a José Luis García Rúa, nos ponía un careto de no te menees. Pensaría con todo derecho: «Ya están aquí estos gañanes que lían al mi hombre»… Nosotros no teníamos nada que perder salvo «las melenas» y José Luis tenía un par de críos guapísimos que sacar adelante. Hacía poco que se habían mudado de Pedro Menéndez, detrás del Grupo Escolar Jovellanos, a Magnus Blikstad, frente a la estación de los Alsas en Gijón.
Estuviese donde estuviese la casa de Gisela y José Luis (como la de su madre, Pilar, en la calle del Príncipe), siempre era una casa abierta. En ella había un libro, una respuesta, un disco, una idea nueva o un plato de cocido para quien necesitase alimentarse. A José Luis ya lo habían echado, por «desafecto al régimen de Franco», de la Universidad de Oviedo, en donde impartía Latín, y de la Escuela de Comercio de Oviedo, donde daba clases de Alemán. Se ganaba la vida dando clases particulares en su casa y en la academia GCP, al principio de la calle Uría. Recuerdo que, durante una buena temporada, me dio por ir a buscarle a la salida y acompañarle hasta su casa. Íbamos charlando, Rúa tiraba de su bicicleta y alguna vez me decía: «Sigue caminando; nos vemos más allá». Él se paraba ante un escaparate y yo seguía para adelante. El asunto era que nos habíamos cruzado con Pedrosa, Novoa, «El Gitanu» o algún policía de la Brigada Político Social.
Me acuerdo de un estado de excepción (creo que era a principios del 69), en que José Luis estuvo varios días detenido. Siguiendo las órdenes de Claudio Ramos, jefe de la Policía política de Franco en Asturias y que siempre que tenía ocasión se jactaba de «haber echado a Rúa de Oviedo», fueron a por él a su casa de madrugada. A la noche siguiente algunos rapazones de las Comunas Revolucionarias de Acción Socialista (CRAS) salimos con unas tizas de colores a pintar todo Gijón: «Rúa detenido», «Rúa preso», incluso «Rúa reprimido» (aquello, en plena recuperación de Wilhelm Reich por el Mayo Francés, trajo su coña). Incluso algún desmadre en la fachada de un banco de La Acerona: «Banqueros del mundo uníos, tenemos pocas bombas para acabar con vosotros»… Genialidad, dadas las circunstancias muy inoportuna, escrita por alguien que un lustro después sería un cuadro del reconciliador PCE. Bueno, a lo que iba: en ese estado de excepción, con José Luis en los calabozos de Cabrales, Gisela se presentó en Comisaría con un crío en cada mano y le montó un buen número a la Policía política de Franco. Gisela tuvo que aguantar los insultos y amenazas de aquellos que hacían su trabajo con tanto celo y dedicación… Tanto que muchos de ellos, únicos beneficiarios de la ley de Amnistía de 1977, continuaron haciendo «carrera» en la Policía democrática, y perdón por la incongruencia.
Lo cierto es que Gisela, como todas las mujeres de los militantes antifranquistas y anticapitalistas de aquella época, se llevaba la peor parte: sacar la casa adelante y a los hijos, con el padre preso, detenido o despedido. Los tíos hacían lo que querían; cierto que con peligros grandes: la Policía disparaba con frecuencia al «aire de los pulmones»; detenciones arbitrarias, torturas, prisión y todo lo que se quiera…, pero, insisto, hacían lo que querían y entendían que debían de hacer. Sus compañeras eran las que realmente lo pasaban mal.
Hace poco menos de diez años, Gisela y José Luis habían comprado un piso en la calle San Rafael y ambos tenían en la cabeza pasar largas temporadas aquí. La represión y persecución franquista les había echado de Gijón en 1971, donde Rúa no encontraba trabajo. Le ofrecieron uno en la Universidad Laboral de Córdoba, se fueron al Sur y hasta allí llegaron la persecución y las dificultades. En menos de un curso ya le habían expulsado de la Laboral y del Instituto Séneca. En el curso 1972-73 comenzó a dar clases de Historia de la Filosofía en el Colegio Universitario Santo Reino de Jaén, y en 1975 José Luis pasa a la Universidad de Granada, donde le ganó en Magistratura un contencioso al Estado, quedándose definitivamente como profesor adjunto titular de Historia de la Filosofía.
Desde que Gisela le acompañara en 1958 a Gijón, de vuelta de su Lectorado de Español en la Universidad de Maguncia (Alemania), en la que había estado ejerciendo durante tres años, aquella valiente mujer no dejó de pelear y de acompañar a José Luis en sus decisiones. Él había encontrado al regresar a su tierra natal un grupo de gente por la que decidió dejar su puesto de profesor adjunto con Tovar en la Universidad de Salamanca y, también, aquella plaza de lector en Maguncia. En Gijón se quedaron Gisela y José Luis, y algunos nunca se lo agradeceremos lo suficiente.
Ahora, este piso de Ceares apenas pudieron disfrutarlo porque Gisela llevaba varios años con problemas serios de salud. Su enfermedad la hizo sufrir, y también le dio a José Luis la oportunidad de cuidarla con auténtica devoción, devolviéndole el afecto y la dedicación que ella le dio toda su vida.
Boni Ortiz
Miembro del Aula Popular “José Luis García Rúa”