La indefensión aprendida como elemento de control

DOSIER: La libertad nuestro único fin | Ilustración de Raulowsky | Extraído del cnt nº 439

Probablemente todas conocemos la historia del elefante amarrado. El elefante se encuentra atado por una simple cuerda que se sujeta con una estaca al suelo. Es obvio, que el paquidermo posee la fuerza suficiente para arrancar la estaca y correr libre sembrando el caos. Sin embargo, ni siquiera lo intenta. La razón de esto es que desde pequeño fue atado a un dispositivo similar. Siendo una cría lo intentó en repetidas ocasiones y nunca lo consiguió. Ha llegado a la conclusión de que es imposible. Así que ya ni siquiera lo intenta. Se limita a esperar algún cambio en su situación que venga de fuera mientras se sume en la depresión. Porque piensa que más vale malo conocido que bueno por conocer.

Más o menos en eso consiste la indefensión aprendida. Creado como concepto en 1967 por Martin Seligman se enuncia como «la condición de un ser humano o de un animal no humano que ha «aprendido» a comportarse pasivamente, con la sensación subjetiva de que no tiene la capacidad de hacer nada y que no responde a pesar de que existen oportunidades reales de cambiar la situación aversiva, evitando las circunstancias desagradables u obteniendo recompensas positivas».

El profesor Seligman enunció su teoría tras un experimento con dos grupos de perros a los que aplicaba descargas eléctricas. Realmente agradeceríamos que algún día los investigadores experimenten sobre sí mismos o sobre sus vástagos siempre que fuese posible. Uno de los grupos de perros no tenía posibilidad de escapar de las descargas, el otro sí. Cuando el primer grupo tuvo la ocasión de escapar ni siquiera lo intentó ya que pensaban que no había ninguna posibilidad.

Las depresiones y otros problemas de salud mental ya empiezan a copar las consultas y asesorías en los sindicatos. Incluso se han hecho campañas con el lema «No necesitas un psicólogo, necesitas un sindicato»

No somos tan diferentes de otros tipos de mamíferos. A lo largo del tiempo, el poder nos ha ido soltando descargas. Y esto provoca que haya individuos que, cuando estamos haciendo un piquete solidario con nuestras compañeras, se acerquen y nos comenten que los sindicatos no sirven para nada. Cierto es, que la culpa de que este pensamiento esté tan extendido no solo es gracias al esfuerzo de los poderosos si no que muchos sindicatos (a los que partir de ahora englobaremos como sindicatos subvencionados) lo ponen bastante fácil. Es lo mismo que ocurre cuando se convocan huelgas. Siempre aparece algún iluminado o iluminada que dice que las huelgas no sirven para nada (sobre todo si no las haces) Alguien debería explicarle que gracias a huelgas solo trabajamos ocho horas, entre otros triunfos de la lucha sindical.

La consecuencia de estar sometidos a la indefensión aprendida es que los individuos, humanos o no, acaban sumidos en profundas depresiones y actuando por inercia. Todavía recuerdo en mi niñez observar a los elefantes de los circos. Se mantenían en fila unos junto a otros moviéndose en un acompasado vaivén. Por suerte, las niñas y niños de hoy en día es probable que no atesoren este recuerdo en su memoria. Por suerte, los circos con animales se hayan en peligro de extinción.

Las depresiones y otros problemas de salud mental ya empiezan a copar las consultas y asesorías en los sindicatos. Incluso se han hecho campañas con el lema «No necesitas un psicólogo, necesitas un sindicato». Porque los sindicatos hemos sido, somos y seremos por encima de todo grupos de apoyo mutuo. No solo están lxs compañerxs cuando hay problemas en el curro. Siguiendo los principios más básicos del anarquismo tenemos que estar ahí, codo con codo, frente a los vientos de la vida que nos azotan sin compasión.

El problema de la indefensión aprendida es que los sujetos sometidos a ella creen que no existe ninguna manera de cambiar las circunstancias que dependa de ellos. Ese es el gran triunfo del capitalismo en estos años, como lo fue de la iglesia en tiempos anteriores. En otras épocas, si sufrías calamidades era la voluntad de Dios (fuese el que fuese). Hoy en día, como dijo algún ex ministro que conoció las comodidades del sistema penitenciario, «es el mercado, amigo». En una de las crisis que sufrimos a principios del siglo XXI se extendió el dogma de que «la gente ha vivido por encima de sus posibilidades». Lo que se obviaba y nunca se dijo es que las posibilidades de ese sector de la población eran una mierda.

Tras aquella crisis, se ocuparon las plazas, parecía que los elefantes se habían dado cuenta de que podían romper la cuerda. Sin embargo, aparecieron voces que sugirieron que el camino era crear partidos, presentarse a las elecciones y sentarse en los escaños. Entonces la mayoría de los elefantes decidieron que ya había sido suficiente y aceptaron volver a la cuerda. De esto hace más de diez años y desde entonces la cuerda a veces se tensa y otras se afloja.

Saco esto a colación, porque este año vienen procesos electorales. De hecho, es posible que cuando se haya publicado este periódico, ya tengamos los resultados de las elecciones en la comunidad autónoma vasca. En junio vendrán las elecciones europeas. Y aquellas voces que tensan y aflojan la cuerda volverán a acordarse de nosotras. Y dirán que, si queremos que la cuerda se rompa, les otorguemos nuestro voto. Y lo peor de todo es que convencerán a personas que consideramos compañeros. Cuando los resultados electorales les den la espalda, nos echarán la culpa a nosotras. A las abstencionistas. Que se lean la ley electoral. Si las reglas están amañadas, preferimos no jugar. Ya lo decía Chico Sánchez Ferlosio:

«Que el mundo va a cambiar, nos dicen
Que cuando votemos nos escucharán
Si en cambio no votáis, nos dicen
Los del otro lado nos aplastarán
Y así se quedarán, nos dicen
Con las manos libres para hacer su plan
Malditas elecciones decimos
Si la voz rebelde se domesticó
Malditas elecciones decimos
Quieren el gobierno
Y nosotros no…»

Al final de su experimento, el profesor Seligman suponía que había encontrado una «cura» para la indefensión aprendida. Esto también es típico del capitalismo. Te crea un problema y te ofrece una solución por un módico precio para que la maquinaria siga girando. Los perros sometidos al experimento acababan encontrando una salida si el experimentador les ayudaba. Bastaba con guiarles un par de veces y a partir de ahí eran capaces de encontrar la salida por su cuenta.

Nuestra función como militantes de sindicatos anarcosindicalistas debe ser en primer lugar, desconfiar de los políticos que nos ofrecen una «ayuda» a cambio de nuestro voto. Porque eso significa aceptar su sistema de dominio y dar nuestro beneplácito a que sean ellos los que decidan por nosotras. Para superar la indefensión aprendida debemos mantenernos fieles a nuestros principios y ser conscientes de que la solución a nuestros problemas está al alcance de nuestra mano. Depende de nosotras mismas plantar cara. Debemos ser nosotras las que tomemos las riendas de nuestras miserias y solo así podremos superarlas. Todo esto será más fácil si contamos con una red de apoyo a nuestro alrededor. Estas redes deben estar compuestas por los sindicatos anarquistas y los grupos libertarios. Debemos funcionar como grupos de apoyo mutuo ya que, si una de nosotras tiene un problema, el problema nos afecta a todas. Porque pertenecemos a la misma clase, la clase obrera. Nuestros problemas son de todas y las soluciones que encontremos también.

Y no olvidemos de tratar con respeto y comprensión a las nuevas compañeras que se nos acercan. Si queremos ser la «ayuda» que necesitan para escapar, debemos tener un espíritu pedagógico, tener paciencia, explicar cómo funcionamos, no somos un sindicato más, todas podemos aportar, todas tenemos que aportar… Y acordarnos de cómo nos sentimos la primera vez que entramos al sindicato y rellenamos la hoja de afiliación.

En conclusión, el camino pasa por mantenernos fieles a nuestros principios. Solidaridad, apoyo mutuo y autogestión son los ingredientes principales de nuestra receta de la poción mágica. Sin olvidar aderezarlo con una pizca de acción directa. Así seremos capaces de resistir, ahora y siempre, si no nos olvidamos de usar el cerebro.

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