La destrucción creativa

DOSIER: Furia libertaria | Ilustración de Emilio MR | Extraído del cnt nº 438

Para los economistas, la destrucción creativa es un concepto enunciado en la década de los 50 por el austriaco Joseph Schumpeter. Según Schumpeter, este concepto se enuncia como «el proceso de mutación industrial que incesantemente revoluciona la estructura económica desde dentro, destruyendo incesantemente la antigua, creando incesantemente una nueva». Así las armas de fuego dejaron sin trabajo a los artesanos que fabricaban arcos, los automóviles acabaron con los carros tirados por caballos o la telefonía móvil acabará en algún momento con las líneas fijas.

Una importante excepción a esta teoría fue cómo la extinción de los dinosaurios permitió la conquista del planeta por parte de los mamíferos. En este caso, la destrucción no fue una consecuencia si no la causa principal.

Para las libertarias parece claro que este sistema que nos toca vivir no nos gusta y abogamos por su destrucción. Todo acto de destrucción, por ínfimo que sea, va precedido de un estallido de enfado, ira, furia o como queramos llamarlo. Desde el niño que, antes de perder la partida de ajedrez, derriba las piezas del tablero pasando por las vecinas de Gamonal que no querían bulevar y acabando por el Black Lives Matter.

Siempre hay alguien que dice basta. Hasta aquí hemos llegado. Y estalla la revuelta. Y a las libertarias nos alegra tanto el corazón cualquier alteración de la normalidad que nos afanamos en montar la barricada y nos lanzamos a las calles. Pero no tenemos claro qué vamos a hacer después. Sin embargo, hay otras que lo tienen clarísimo y nos acaban comiendo la tostada. Son los partidos políticos y los sindicatos subvencionados. En definitiva, profesionales de la lucha. ¿Cómo van a querer acabar con el sistema las que viven de “luchar” contra él? El día que triunfe la revolución no vamos a saber qué hacer con tanto sociólogo, abogado y negociador de convenios.

Ahí reside la gran diferencia entre revuelta y revolución. La revuelta es un chispazo y luego todo vuelve a la normalidad. La revolución es una llama que se mantiene y no se extingue. Para conseguir que una revuelta se transforme en revolución hay que tener claro lo que se va a hacer después. Releyendo “El eco de los pasos” de García Oliver podemos ver que, en los días previos al golpe de estado del 18 de julio de 1936, los sindicatos y ateneos se encontraban en alerta máxima y todas las militantes sabían qué tenían que hacer. Y así se consiguió detener el golpe y tomar el control de Barcelona. Y luego creo que todas tenemos claro lo que ocurrió después. Al principio, todo fue bien hasta que políticos y reformistas empezaron a asomar la cabeza por un lado y por otro. Y al final nos comieron la merienda.
No quiero que se me malinterprete. Lejos está de mi intención criticar a todas aquellas militantes que dieron la cara en aquella época. Respeto y admiro profundamente todo lo que se hizo incluso aunque no esté de acuerdo en algún aspecto. Supongo que será mi espíritu crítico. Jamás se me ocurriría, mientras escribo esto desde la comodidad de mi hogar, criticar sus actos. Habría que estar allí para ver qué haríamos cada una.

La revuelta es un chispazo y luego todo vuelve a la normalidad. La revolución es una llama que se mantiene y no se extingue. Para conseguir que una revuelta se transforme en revolución hay que tener claro lo que se va a hacer después.

Volviendo al tema de la destrucción. La destrucción del sistema que más alarma a las altas esferas del capitalismo en estos días no viene de sindicatos revolucionarios ni de ningún grupo libertario. Es el propio sistema el que se está volviendo contra sí mismo. El capitalismo, con su consumismo y su necesidad de que no te pares a pensar, está cerca de fagocitarse. La crisis climática es la amenaza más fehaciente a la que se enfrenta el sistema.

Llevan años diciendo que los recursos del planeta son limitados y parecemos no percatarnos de la situación. La sequía en algunas zonas de la península Ibérica es alarmante. Sin agua no hay vida. Cada verano bate el récord de temperatura del verano anterior. Nos dicen que apostemos por el coche eléctrico y el reciclaje. Nuestras abuelas nunca necesitaron de un punto de reciclaje cerca de sus domicilios. No había nada que reciclar. Las gallinas se encargaban del orgánico, el plástico no existía y una botella de vidrio se reusaba hasta la saciedad. Su rotura era un drama y motivo de una bronca.
Es necesaria una vuelta al pasado. No a todos los aspectos del pasado. No soy idiota. Como dijo Platón a sus discípulos: “No soy tan tonto como parezco”. Tengo claro que vivo mejor que mis abuelos. Me refiero a que debemos aprender del pasado y aplicarlo en el presente porque si no el futuro se nos presenta negro. Como organización y como seres humanos.

¿Y qué deberíamos hacer como militantes de CNT? No tengo una respuesta clara. La panacea no existe. Lo que sí que tengo claro es somos necesarias todas y cada una de las militantes que estamos en la organización. Y son necesarias más que están por venir. Todas somos necesarias y sin embargo nadie es imprescindible.

Creo firmemente que una participación en las decisiones de las asambleas es el mejor camino. Que todas y cada una de las personas que pagan la cuota tienen que implicarse hasta mancharse. Hasta sacrificar vacaciones, ratos en familia o amigos o momentos de descanso. Porque si decidimos todas podemos equivocarnos, pero será más justo. Porque si siempre sacrificamos tiempo las mismas, crearemos una élite dentro de las que luchamos por la desaparición de las mismas. Porque si delegamos las funciones del sindicato que siempre fuimos capaces de realizar, en profesionales, estaremos creando un gremio más de los que viven de luchar contra el sistema.

Las asambleas de los sindicatos de la CNT y los grupos libertarios tenemos una ingente tarea por delante. Necesitamos estar organizadas e ir creando redes y lazos entre todas las que merezcan la pena. ¿Sabremos estar a la altura?

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