Seguridad más allá del capitalismo

DOSIER: Vivir sin penas | Ilustración de Santiaguete | Extraído del cnt nº 437

Una de las principales herramientas para instaurar y preservar el orden social capitalista es la “policía”, la cual tras convertirse en institución a partir del S. XIX, se centraría en la delincuencia y en el control del orden público ante el empuje del movimiento obrero.

Actualmente, con el neoliberalismo dominante, esa seguridad, ejercida tanto por el Estado como por empresas privadas, cumple una función material: garantizar la propiedad privada, el beneficio y las inversiones (seguridad de la economía). Pero, además, la seguridad tiene un papel simbólico: en su nombre se ordena la sociedad de forma jerárquica, vigilando de manera muy especial a los sujetos pobres, inmigrantes, jóvenes…, controlando a los colectivos disidentes y garantizando así que todos los problemas que sufren las ciudades y los barrios a causa de las desigualdades sociales se solucionen mágicamente a través de la acusación, persecución y punición de dichos sujetos.

¿Reformar la Policía?

A raíz de las luchas de Black Lives Matter desencadenadas por la muerte de miles de afrodescendientes a manos de la Policía en los últimos años, nos llegan una serie de propuestas institucionales que consideran que, para evitar dichas muertes, habría que hacer una serie de reformas en la institución.

Por la experiencia que tenemos en nuestro propio país, solo algunas reformas centradas en la transparencia del trabajo policial tienen el potencial de someterlo a escrutinio público. Ejemplo de ello son las potestades ciudadanas de pedir el número de placa o de grabar las actuaciones policiales, o los programas que obligan a los agentes a computar el perfil racial de las personas identificadas con el fin de averiguar si se están usando criterios racistas. Sin embargo, las primeras medidas citadas fueron prohibidas en España por la Ley Mordaza.

El grueso de reformas policiales que hemos conocido en las últimas décadas, lejos de rebajar el crecido poder policial, lo han acentuado a través de distintos mecanismos. A través de las figuras policiales “blandas” (agentes tutores, agentes mediadores, policías comunitarios, policías que dan charlas en colegios…), se procura la inserción y la comunicación fluida con vecinos, estudiantes…haciendo que que la gente se convierta con más propensión en colaboradora policial.

Otro efecto perverso de estas reformas de la Policía es que la institución no cesa de engordar en competencias, presupuestos y legitimidad con las nuevas tareas, al tiempo que no pierde ni un ápice de presencia en las tareas más tradicionales (delitos), lo cual va alimentando un monstruo dentro del propio Estado que lo hace ingobernable, incluso, para los propios responsables políticos.

Luchar contra la represión, sí, pero no solo

La correlación de fuerzas entre la población más afectada por la crisis y las élites financieras a las que esta beneficia es absolutamente favorable a estas últimas. A su servicio, un Estado neoliberal que trata de garantizar «la paz social» cada vez menos repartiendo riqueza y poder, cada vez más imponiéndola vía represión. Sus herramientas: un entramado legal que criminaliza la pobreza y la protesta (Ley mordaza); un discurso social, político y mediático que acicatea los miedos de las clases medias (ocupación, robos, deuda inquilina) mientras promueve la guerra entre pobres (escasez construida políticamente y chivos expiatorios propicios como la población de origen migrante).

¿Es necesario estar atentas a este incremento de la represión contra las expresiones de protesta? Nos va —literalmente— la vida en ello. No obstante, nos toca dar el salto desde una posición defensiva (y necesaria) a otra ofensiva: ha llegado la hora de preguntarnos qué paradigma emancipador de seguridad y protección cabría imaginar y declinar en la práctica, contra y más allá de la seguridad neoliberal.

Hacia nuevos paradigmas de seguridad

Ante la presencia y actuaciones policiales, las personas que protestan en manifestaciones o acciones políticas suelen gritar: «¡Gastos sociales y no policiales!». El lema ilustra una idea de seguridad relativa a condiciones materiales capaces de garantizar un presente habitable y un futuro desvestido de amenazas. Un paradigma de seguridad liberado del miedo a un despido inminente, del insomnio ante la inminencia de un desahucio, de la ansiedad frente a la llegada de nuevas e impagables facturas. Una seguridad entendida como posibilidad de garantizar nuestra reproducción social depende de nuestra capacidad de llevar a cabo una transición ecosocial capaz de desmercantilizar nuestras relaciones sociales.

Una seguridad pensada en términos emancipatorios debería proveerse mediante prácticas de prevención, protección y acuerdos sociales de carácter antipunitivo y vocación restauradora y sanadora.

Un nuevo paradigma de seguridad habría de atender a necesidades de protección frente a violencias procedentes de muchas relaciones de dominación (agresiones sexistas, racistas, homófobas…) o, simplemente, frente a actitudes miserables susceptibles de provocar daños profundos. Las preguntas serían: si somos capaces de imaginar sociedades postcapitalistas, ¿cómo garantizar en ellas la protección de normas decididas democráticamente?

Pensamos que, más allá del Estado neoliberal y sus violencias, no existe ni existirá sociedad alguna en la que o bien a causa de relaciones de dominio siempre actualizables, o bien debido a las propias miserias o errores de las existencias singulares, las violencias y los conflictos son algo consustancial a las relaciones humanas e, incluso en la sociedad soñada más justa e igualitaria, habrá que ver cómo hacernos cargo de ellas.

Nuestro reto es, por lo tanto, sembrar paradigmas de seguridad emancipadores y explorar formas de hacerlos crecer y madurar. Una seguridad pensada en términos emancipatorios debería proveerse mediante prácticas de prevención, protección y acuerdos sociales de carácter antipunitivo y vocación restauradora y sanadora. En todas las escalas, desde el espacio comunitario más pequeño hasta, idealmente, el mayor conjunto social organizado.

En todas las escalas, para devenir tendencialmente antipunitivas y restauradoras, las prácticas de protección y de justicia deberían desenmascarar, de entrada, las trampas de la neutralidad, la culpa individual y las falsas soluciones del ojo por ojo. Desde la imposición del capitalismo a partir del siglo XVI, el orden social es, sobre todo, un orden defensor de la propiedad, y los poderes que garantizan su salvaguarda —entre ellos, el orden policial y la justicia— son todo menos neutrales.

Por su parte, la individualización de la culpa exime a sociedades y/o comunidades de hacerse cargo de los daños generados en su seno. ¿Qué de lo sucedido tiene causas sociales? ¿Qué parte de la violencia producida pudo impedir o aliviar la acción u omisión de una comunidad? El par criminal/víctima ahorra preguntas, esconde la responsabilidad colectiva tras la expiación individual y amputa la posibilidad de cortocircuitar la reproducción de unos mismos estragos.

Otra idea tan inútil como contraproducente es la del castigo, ya que impide sentar las bases para que una agresión determinada no se repita: esto es, llegar a acuerdos que incluyan a todas las partes implicadas. Estamos hablando de trabajar con las personas que cometen los daños, así como con las que los padecen para establecer, de forma comunitaria y/o social, las mejores formas de restaurar el perjuicio causado y de sanar tanto los dolores individuales como las heridas colectivas.

Estas formas de entender la seguridad sin policía y de garantizarla mediante dispositivos de justicia y protección antipunitivos no son solo posibles, sino cotidianamente practicadas en algunos rincones de este planeta. Algunos se hallan geográficamente más alejados, como las experiencias en Acapatzingo (https://desinformemonos.org/acapatzingo-el-otro-mundo-en-medio-de-la-ciudad/) o en Rojava (https://desinformemonos.org/como-abolir-la-policia-lecciones-de-rojava/). Otros son muy cercanos, como la apuesta política de AAMAS (https://ctxt.es/es/20220401/Firmas/39365/feminismo-autoorganizacion-barrio-antipunitivismo-comunidades-violencia-machista.htm), en Manresa.

Hay muchas experiencias que aún no conocemos, muchas otras por recuperar, aún más por inventar. Este es el reto.

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