Negro y amarillo: antagonismo de clase y la revolución de los paraguas de Hong Kong

El revuelo mediático en torno a las distintas revoluciones » de terciopelo» que desde hace un par de décadas se repiten en diversos continentes nos impide ver con claridad qué es lo que está pasando, quién lo está haciendo y los necesarios por qués. El caso de «la revolución de los paraguas» cuyas noticias nos llegan de Hong Kong es el último ejemplo, con el recuerdo aún muy vivo de las «revoluciones» siria y ucraniana, hoy traducidas en fascismo y guerra. La gente de la Editorial Klinamen ha ayudado a traducir y a difundir este esclarecedor y cercano texto, lo cual es de agradecer dada la gran distancia cultural con este pueblo oriental.


Negro y amarillo: antagonismo de clase y la revolución de los paraguas de Hong Kong

PRIMERA PARTE: La historia

Una ciudad global

Los vendedores ambulantes posan para sus propios selfies al mismo tiempo que el horizonte del distrito financiero sobre la bahía estalla en un caleidoscopio de luces verdes y amarillas. A sus pies, las aguas del puerto de Victoria se remueven imperceptiblemente: es el presagio de un ciclón. A pesar de las aguas revueltas, el crucero de al lado apenas se balancea. Está atracado en el muelle de Tsim Sha Tsui, cuya rampa desciende hacia uno de los centros comerciales más lujosos de Asia Oriental, algo que permite a los turistas ricos de todo el mundo pasar de un ambiente climatizado a otro pasar un segundo sin aire acondicionado ni seguridad privada. Una vez han desembarcado, pueden gastarse el dinero en tiendas y restaurantes a la última libres de impuestos: pueden empezar por comer carne a la brasa al estilo japonés y después cruzar los deslumbrantes pasillos para echar un vistazo a la ropavintage británica que ofrece una boutique de estilo colonial de los años 20.

Fuera del muelle, la lluvia empieza a caer y las gotas caen sobre las pantallas de los iPhones con los que se hacen selfies. Una joven canta viejas canciones pop en cantonés, aunque ahora todo el mundo escucha K-pop, y la acompaña su novio tocando una guitarra desafinada. La gente les deja unas pocas monedas melladas de Hong Kong en la gorra. El viento empieza a soplar más fuerte, llevándose las melodías cantonesas y generando interferencias con el micrófono. Tras ella, el crucero sigue blanco e inmóvil.

Esta batalla es la esencia de Hong Kong: las antiguas canciones de amor en cantonés que se lanzan al viento que presagia un ciclón se pierden antes de que lleguen los muros de los  de cruceros y centros comerciales inertes bajo las luces del distrito financiero. Aquí el espectáculo se enfrenta a la terca humanidad en la arquetípica “ciudad global”, diseñada para permitir que el capital se filtre por el puerto, los bancos y los mercados inmobiliarios para saquear el continente asiático sin tener que abandonar la comodidad del aire acondicionado ni cruzar al otro lado del cordón de seguridad.

Durante muchos años, Hong Kong fue poco más que un resto de la expansión colonial, una zona remota con condiciones de vida apenas mejores que las de los otros núcleos de la actividad europea en Asia. Tras la Revolución de la China continental, las potencias extranjeras impulsaron el desarrollo industrial y la reforma agraria de la ciudad como un cortafuegos frente a la insurgencia, pero la mejora en las condiciones de vida y los programas de bienestar no llegaron inmediato. La ciudad todavía estaba bajo un brutal régimen colonial y gobernaba sobre una sociedad inestable que se esforzaba por hacer sitio a un gran flujo de inmigración. En las décadas posteriores a la revolución en China continental no era raro que estallaran disturbios. Los de 1956 fueron los primeros de una serie de conflictos con el gobierno británico. En la primavera de 1966 empezó otra oleada, que culminó un año más tarde con los disturbios de Hong Kong de 1967, el caso de desorden civil interno más importante en la historia de la ciudad Estado: hubo huelgas masivas y enfrentamientos con la policía en la calle, se pusieron bombas en los edificios del gobierno y se atacaron las sedes de los medios de comunicación de derechas. Cuando terminó, después de 18 meses de revuelta generalizada, se habían destruido propiedades por valor de millones de dólares, los detenidos ascendían a unos 5.000 y los condenados a 2.000; además, muchos comunistas fueron deportados a la China continental.

Tras los disturbios de 1967, el gobierno empezó una ampliación gigantesca del estado de bienestar. El “Plan Borrador de la Colonia” se proponía alojar a cerca de un millón de personas en bloques de pisos de vivienda pública nuevos y baratos. El crecimiento vertiginoso del sector de las manufacturas desde la década de los cincuenta se tradujo por fin en aumentos salariales, sin bien moderados, y Hong Kong tenía asegurado su sitio entre los primeros “Tigres Asiáticos”. En los ochenta, la ciudad ya era un enlace con China, que acababa de relajar sus fronteras, tanto por su proximidad geográfica con la primera Zona Económica Especial china, establecida en Shenzhen, como por sus conexión histórica con la China continental. En estas décadas se pusieron los cimientos de la “ciudad global”, en ocasiones de forma muy literal: Li Ka-shing, uno de los hombres más ricos del mundo, amasó su fortuna en Hong Kong comprando terrenos a precio de ganga tras los disturbios de 1967. Hoy, esas propiedades conforman la columna vertebral de la ciudad, y Li no solo es el dueño de los principales rascacielos del distrito financiero, sino también del propio puerto, uno de los puertos más importantes del mundo por volumen de mercancías.

Gracias precisamente al puerto y a la estructura financiera que lo rodea lo que permitió a Hong Kong abandonar una economía basada en la manufactura en los años ochenta para pasar a ser un centro administrativo del capitalismo global. Mientras que la industria se trasladaba a las ciudades portuarias de la China continental, Hong Kong se convirtió en el lugar idóneo para gestionar esos nuevos núcleos industriales y un nodo clave de distribución de las exportaciones a todo el continente asiático. Muchas de las nuevas zonas industriales chinas estaban controladas por capital procedente de Hong Kong, Singapur y Taiwán, así como de inversores de los lugares más remotos a los que ha llegado la diáspora china. La inversión extranjera directa en China procedente de Asia –con frecuencia, en asociación con o representación de capital japonés- hoy aún es superior a la de EE UU o Europa[2].

Hoy, la frontera de Hong Kong con el continente es una imagen perfecta de esta división. En el lado de Shenzhen, la ribera muestra la señales de un desarrollo vertiginoso: las la polución contaminación. En cambio, en la ribera de Hong Kong, abunda la vegetación: toda la zona fronteriza es una reserva natural y zona agrícola vigilada por el ejército; se necesita una licencia especial simplemente para dar una vuelta por el bosque. A primera vista, los dos mundos parecen antagonistas: el crecimiento incontrolable y a costa del medio ambiente de Shenzhen contrasta con la idílica ribera de “postindustrial”.  En realidad, este antagonismo es señal de una profunda interdependencia; los dos lados de la frontera se nutren el uno al otro. Shenzhen no se habría construido sin inyecciones de capital de Hong Kong. Y Hong Kong nunca se habría convertido en un laberinto de centros comerciales, torres de oficinas y pequeñas explotaciones agrarias cuidadosamente diseñadas si no pudiera contar con las fábricas de Shenzhen.

La generación sin futuro

Los años del boom de Hong Kong fueron resultado de su propio boom demográfico, causado principalmente por el nacimiento de los inmigrantes que habían llegado a la isla durante la segunda guerra sino-japonesa y durante la guerra civil entre los ejércitos nacionalista y comunista a finales de los años cuarenta. Como en EE UU, Europa e, irónicamente, la China continental, fue la generación del baby boom la que, a pesar de participar en algunas de las revueltas en los años sesenta y principios de los setenta, se definió en último término por la derrota de estas: una buena parte de la generación dio la espalda a estos movimientos a cambio de una posición segura en la economía global que acababa de reestructurarse. En Hong Kong, esto supuso la construcción de uno de los experimentos de capitalismo laissez faire más extensivos del mundo, que suele ser objeto de elogio por parte de los analistas conservadores.

Sin embargo, las consecuencias para la generación siguiente han sido devastadora. Los hijos del baby boom han sido educados por padres que se hicieron ricos trabajando en los despiadados centros industriales Shenzhen, que en su momento de auge no contaban con regulación alguna, y con millonarios hechos a sí mismos como Li Ka-shing como referencias. Ahora, sus expectativas se limitan a un empleo impersonal en el sector servicios y a sobrevivir a las recurrentes crisis económicas, primero en 1997, después en 2007. Los estudiantes se ven forzados a competir sin miramientos por una plaza en las mejores universidades, e incluso los estudiantes brillantes tienen que pelear por lograr puesto en una empresa en el que se les irá la vida trabajando de sol a sol y el 40% de su sueldo se les irá en pagar una vivienda.

En la actualidad, el 8,5 % de los hogares de Hong Kong cuentan con unos ingresos anuales por encima del millón de euros, y la ciudad cuenta con uno de los mayores mercados inmobiliarios superprime[i] del mundo. Al mismo tiempo, conviven una acuciante escasez de vivienda, unos precios por las nubes y cientos de miles de pisos vacíos en poder de los especuladores inmobiliarios. La ciudad cuenta con una de las mayores densidades de población del mundo y los precios de la vivienda son tan altos que muchos jóvenes se ven obligados a vivir con sus padres hasta bien entrada la treintena, mientras que los menos favorecidos son expulsados a las viviendas públicas de las “nuevas ciudades”, desde las cuales se desplazan diariamente a Mong Kok o Wanchai para ir a trabajar. Otros acaban pagando por apartamentos peligrosos y minúsculos construidos precariamente en las azoteas y en los intersticios de los callejones; se calcula que hay más de 50.000 personas que viven, literalmente, en jaulas.

El coeficiente de Gini del país, situado en 0,537, indica que estamos ante una de las sociedades con más desigualdad del mundo; más del 20% de la población vive por debajo del umbral de pobreza. A los trabajadores migrantes se les explota sistemáticamente, no se permite la negociación colectiva y no se estableció un salario mínimo hasta 2010, cuando se fijó en 28 dólares de Hong Kong por hora: una cantidad tan exigua que ni siguiera basta para coger el metro que va de Mong Kok al aeropuerto. Mientras tanto, los ejecutivos extranjeros reciben unos salarios que les permiten vivir en pisos en Mid-Levels, en un barrio construido en la era colonial para los funcionarios británicos a los que un brote de peste había hecho huir de la ciudad.

Incluso aunque Hong Kong no está de ninguna manera en el mismo estado de desintegración anómica que Grecia, la juventud de la ciudad, explotada, sin espacio físico y dedicada casi en exclusiva al consumo parece tener mucho en común con los jóvenes desempleados o infraremunerados de la decadente Atenas. Con un futuro desahuciado, muchos jóvenes optado por emigrar: la emigración de Hong Kong crece a la mayor tasa que se haya visto desde la emigración masiva que se produjo a principios de los años noventa[3], en el periodo previo a la transferencia de soberanía. A pesar de que el índice de desempleo es relativamente bajo (entre el 4% y el 5%) que la economía de Asia Oriental todavía está en crecimiento, la crisis se manifiesta de formas más sutiles: la demanda de servicios de salud mental se ha duplicado en la pasada década, es habitual oír a la gente hablar de la “muerte” cultural de Hong Kong, y las protestas contra el gobierno de la ciudad y el de China continental, que tenían un carácter poco menos que rutinario, de pronto han alcanzado proporciones incontrolables. La reciente huelga estudiantil y la (re)ocupación del distrito central (y a continuación Admiralty, Mong Kok, Causeway Bay y otros nudos clave de la ciudad) son solo el último capítulo de una larga serie.

A pesar de que, en términos de división del trabajo, la juventud de Hong Kong está mejor situada, participa claramente de la misma dinámica de revueltas globales que prendieron tras el estallido de la crisis financiera en 2007-2008. Los jóvenes que las han impulsado y participan son, precisamente, “radicales”: aquellos miembros de nuestra “generación sin futuro” que han percibido la inminente ruina económica, medioambiental y social que les rodeaba y han decidido responder con lucha. NE todo el mundo, las revueltas han estado marcadas por profundas diferencias en el origen y las experiencias de sus participantes: estudiantes, otros chicos de la calle, hooligans o trabajadores de servicios. Estos trasfondos han hecho que las movilizaciones estén marcadas por lo que el colectivo de teoría económica Endnotes llama el “conflicto de composición”; es decir, que “los sectores de clase que normalmente se mantienen a distancia se ven forzadas a reconocerse e incluso a convivir”. El problema que esto conlleva es cómo un movimiento puede “componer”, “coordinar” o “unir” a “las fracciones proletarias en lucha” cuando estas presenta experiencias divergentes, especialmente cuando la base social del movimiento empieza a crecer. El resultado ha sido la producción de movimientos que, aunque alcanzan a grandes segmentos de la población, nacen en un terreno bien consolidado.

Pandemócratas y ciudadanos apasionados

Todas revueltas, tuvieran lugar en Egipto, Grecia o Misuri, ha tenido un potencial de profundas transformaciones pero también ha adolecido de incoherencia política e inexperiencia práctica. Algunos lugares, como Grecia o España, cuentan con una tradición política de izquierdas más cohesionada que los jóvenes están redescubriendo y reviviendo. Otros, en cambio, han visto como los movimientos daban un brusco giro hacia la derecha; en Ucrania y Tailandia, por ejemplo, los grupos ultraderechistas han vencido a los demás en capacidad de defender, extender y coordinar el movimiento, y esto ha atraído a sus filas a muchos miembros de esta generación desafecta.

Por desgracia, Hong Kong está en muchos aspectos más cerca de estos últimos ejemplos que de los primeros. Después de 1967, la izquierda de tendencia comunista perdió buena parte de su militancia de base y sus organizaciones fueron desmanteladas por la policía sin miramientos. Al mismo tiempo, el Estado hizo concesiones a los trabajadores, estudiantes y otros sectores a cambio de su participación en el proyecto de la reestructuración económica. Hong Kong vivía su propio clima de Guerra Fría con China incluso después de que la economía china se abriera a las inversiones extranjeras y cualquier grupo radical se veía forzado a posicionarse sobre la “cuestión china”, lo que imposibilitaba el resurgimiento de cualquier tipo de izquierda comunista. A día de hoy, cualquier acto de “violencia” en una manifestación se achaca sistemáticamente a provocadores del PCCh de la China continental.

El resultado ha sido que la llamada “izquierda” de Hong Kong ha sido dominada durante décadas por un discurso inofensivo que opone la “democracia” al “autoritarismo” del continente. La mayoría de los estudiantes de izquierdas vivieron con esperanza las protestas de Tiananmen en Pekín en 1989 y quedaron aterrorizados por la dureza con la que se sofocaron, y desde entonces aceptaron al pie de la letra la idea, generalizada por los medios de comunicación, de que Tiananmen había sido una revuelta estudiantil por la “democracia”. A pesar de que la participación de no estudiantes había sido enorme, se había formado la Federación de Trabajadores Autónomos de Pekín, y el Estado había impuesto penas mucho más duras a los trabajadores que a los estudiantes, fueron estos últimos quienes controlaron el discurso de todo movimiento y llamaron a la liberalización del sistema económico y político ante el público occidental y liberal. Esta imagen distorsionada protestas de Tiananmen fue la que llegó a EE UU y Europa, y su influencia fue amplificada en Hong Kong.

El efecto inmediato fue la formación de la “Alianza de Hong Kong en apoyo a los movimientos democráticos patrióticos en China”, que empezaron a aunar figuras como Szeto Wah, Martin Lee y Lee Cheuk-yan, a los que el gobierno continental no tardó en atacar. Dos años más tarde, en 1991, Hong Kong celebró sus primeras elecciones por sufragio directo, con un triunfo aplastante de la alianza electoral entre los Demócratas Unidos de Hong Kong y los liberales de Punto de Encuentro, junto a una amalgama de partidos más pequeños de tendencia liberal. Las elecciones de 1991 son consideradas el comienzo del campamento “por la democracia”, que se ha dividido y reunificado varias veces en veinte años. Hoy, estos partidos políticos, junto a una difusa amalgama de académicos, activistas y ONG, son conocidos como los “pandemócratas”.

Un componente clave del ala activista de los pandemócratas han sido las organizaciones de estudiantes de secundaria, como “Escolarismo”[ii], que nació para protestar por la “educación política” propuesto por el gobierno chino, y la Federación de Estudiantes de Hong Kong (FEHK), elegida por los sindicatos estudiantiles de las siete principales universidades de la ciudad. Aunque técnicamente estas organizaciones tienen una base muy amplia, sus direcciones están en línea con los pandemócratas, y buscan una política reformista mediante acciones legales y con buenas formas. Aunque no es raro que al ala más institucionalizada de la pandemocracia a actuar cuando una situación no está clara, muchos de estos grupos se enorgullecen de la “urbanidad de Hong Kong”, y han llegado a condenar a quienes responden a un ataque policial. En todas las fases de los recientes acontecimientos políticos, la FEHK y grupos como Escolarismo asumido el papel de líderes y, en último término, de apagafuegos. Desde las protestas contra el desarrollo urbanístico de los Nuevos Territorios hasta la breve ocupación tras el desfile del 1 de julio de este año, los grupos estudiantiles han sido clave para que la revuelta arrancara, pero casi siempre fallaban cuando se tenían que enfrentarse a la represión policial.

Esto ha generado una situación en la que los jóvenes manifestantes de Hong Kong se encuentran entre un liberalismo “pandemócrata”, ideológicamente débil pero con dinero, y una alternativa vagamente de extrema derecha agrupada alrededor del partido Poder Popular (人民力量) y sus seguidores, que se denominan Pasión Cívica (热血公民). Aunque oficialmente no tienen una postura clara en cuestiones de inmigración, Pasión Cívica ha aceptado a nacionalistas hongkongeses de extrema derecha en sus organizaciones y no es raro ver a sus partidarios (ataviados con camisetas amarillas y negras) en las manifestaciones en las que se grita a los inmigrantes, sobre todo a los de China continental, que se marchen a su país.

Igual que todos los partidos nacionalistas, Pasión Cívica tiende a ocultar el conflicto de clase en un discurso de pertenencia nacional. En términos de análisis político, muchos se parecen más a gente como Ron Paul y Alex Jones que a cualquier cosa que se pueda reconocer como de izquierdas. En lugar de denunciar la responsabilidad de la clase capitalista internacional en el saqueo del futuro de Hong Kong, solo culpan a los capitalistas de la China continental. Lo que es más peligroso, acusan a los miles de personas humildes que han migrado del continente a Hong Kong (o que viajan a ella en calidad de turistas normales, no de lujo), de colapsar la ciudad y consumir todos sus recursos.

En Hong Kong el sentimiento anticontinental es una forma de racismo generalizada y aceptada, presente en la vida cotidiana. En 2012, Apple Daily, uno de los pocos medios que no sufre censura directa o indirecta de Pekín, sacó un anuncio a toda página que mostraba una langosta gigante acechando Hong Kong y se preguntaba “¿Quieres que Hong Kong se gaste un millón de dólares de Hong Kong cada 18 minutos para criar a los hijos de los continentales?” Este año, una campaña “antiparásitos” reunió una manifestación de más de 100 personas en Canton Road –donde hay muchas joyerías caras muy frecuentadas por los turistas continentales más ricos- con pancartas que llevaban cosas como “Volved a China” y “Reconquistemos Hong Kong”, e insultando a cualquiera que hablara mandarín. En momentos de mucha tensión social, este racismo cotidiano es una eficaz válvula de presión, en la medida que divide a los manifestantes y evita que miren más allá de la frontera y consideren que los trabajadores del delta del río de las Perlas son sus aliados naturales.

Pero, cuando cunde la desilusión por el conservadurismo de la alianza pandemócrata, los grupos como Poder Popular y Pasión Cívica son las alternativas más visibles porque han sido de los grupos más militantes. Estos grupos han crecido mucho en solo unos años, ya que los jóvenes han visto que las vigilias y las intrigas  partidista de los pandemócratas no van a ninguna parte. El ejemplo que se cita con más frecuencia es el siguiente: el 4 de junio, los principales partidos democráticos celebran su particular vigilia anual para conmemorar el aniversario de las protestas de Tiananmen de 1989. Al mismo tiempo, Pasión Cívica convoca una manifestación alternativa, más militante pero en la que se entremezclan lemas nacionalistas (lo que ellos llaman “localistas”) y racistas. En 2013, la manifestación alternativa solo reunió a unas 200 personas, pero en 2014 ha atraído a unas 7.000. La participación en la vigilia oficial ha descendido unas decenas de miles de un año a otro, aunque aún es la convocatoria mayoritaria.

En la “Revolución de los Paraguas”, puede parecer que los grupos anticontinentales se han tenido que hacer al margen. Pero la experiencia dice que, cuando los pandemócratas flaquean por su propia inacción, solo la ultraderecha ha sido capaz de llevar a cabo avances tácticos con los que ganar militantes jóvenes. La política en Hong Kong lleva funcionando así durante años.

OG Occupy y la huelga del puerto

El actual grupo Occupy Central -técnicamente “Occupy Central with Love and Peace”- tiende a hacer pasar por alto la existencia del Occupy Central original de Hong Kong. Como el movimiento Occupy de EEUU, las movilizaciones de Hong Kong de 2011 se pusieron el objetivo de tomar un centro financiero y acamparon en la planta baja del edificio del HSBC, en pleno corazón del distrito financiero. Aunque de todas las ocupaciones de 2011, Occupy Central fue una de las más duraderas (empezó en octubre de 2011 y terminó hacia septiembre de 2012), contó con mucha menos gente que cualquier otra, con solo unos cientos de personas en el momento álgido del movimiento. No obstante, marcó el principio de una época en las movilizaciones en la pequeña ciudad-Estado, y muchos de los participantes en la ocupación original continuaron haciendo el trabajo de base que ha dado lugar el actual movimiento, bien organizándose contra el desarrollo urbanístico en los Nuevos Territorios o bien coordinando la huelga estudiantil que prendió el “Movimiento de los Paraguas”.

Pero políticamente, la ocupación inicial, como muchas otras, fue un caos. Junto a una incipiente presencia anarquista, en el movimiento se mezclaban conspiranoicos, activistas sin visión a largo plazo y, por supuesto, algunos liberales. En Hong Kong, estos liberales son de la variedad pandemócrata, aunque su perspectiva política es básicamente paralela al poco trabajado “intereses económicos fuera de la política” de los que estaban en Occupy Wall Street. A pesar de que casi ninguno de estos liberales había participado en Occupy Central (los ocupantes originales eran jóvenes profesionales, estudiantes, desempleados y gente sin hogar) fueron ellos –y, específicamente, los de más edad- quienes, tras el desalojo de la ocupación, pudieron usar sus conexiones mediáticas y el apoyo internacional para anunciar un plan, de lo que era, de hecho, una reocupación.

Un trío personalidades televisivas -los profesores Benny Tai y Chan Kin-man y el reverendo Chu Yiu-ming- formularon y propusieron un plan para una serie de debates colectivos orientados a elaborar un programa de reforma que se propondría al consejo legislativo y exigiría que el gobierno fuera elegido por votación popular. Esto es lo que en Hong Kong se conoce como “sufragio universal”, a pesar de que excluye segmentos de la población como los trabajadores domésticos inmigrantes. Si no se aceptaba el plan de reforma, los tres líderes amenazaban con desobediencia civil masiva en Central, llamando al nuevo movimiento “Occupy Central with Love and Peace”, para hacer hincapié en su carácter “no violento” y no ir contra los deseos de la mayoría de los hongkoneses.

Pero después de que el nuevo grupo de Occupy Central celebrara una votación por Internet (en la que al final solo participó una décima parte de la población de Hong Kong), las fuerzas contrarias a Occupy financiaron una petición y una campaña de recogida de firmas, y, según las encuestas de opinión, la reocupación no contaba con el apoyo mayoritario de la población. En respuesta, Benny Tai declaró que el movimiento había “fracasado”, temiendo que una ocupación llevaría a cada vez más de los llamados ciudadanos “pragmáticos” a rechazar de plano el programa de los pandemócratas. En ese momento, era habitual ver y oír anuncios en la radio y en los autobuses públicos, en los que personas de todo tipo, desde jóvenes hípsters hasta hombres de negocios explicaban que el plan de ocupar el distrito Central no permitiría a la gente ir a hacer sus compras el fin de semana y sería la ruina de los pequeños negocios. Este miedo a que un movimiento de protesta no cuente con el apoyo de la sociedad civil es una constante en la política hongkonesa, que, siempre en nombre de la urbanidad, acaba forzando a la mayoría de los movimientos a ponerse limitaciones antes de empezar

El cambio de marca a posteriori de Occupy también ocultó los aspectos más radicales de la ocupación original detrás de la nueva plataforma liberal. Aunque la importancia puede no ser evidente para los que lo ven desde fuera, la ocupación original era uno de los pocos espacios en los que la “generación sin futuro” podía reunirse y criticar colectivamente toda la política hongkonesa, pandemócratas incluidos, y pasando de la “urbanidad”. Algunos de los miembros clave de esa ocupación incluso distribuyeron una lúcida crítica de la democracia liberal, que estaba “haciendo hamburguesas” con la “vaca sagrada” que es Hong Kong, algo que imposible hasta entonces dado el ambiente político que impera desde 1989. Y fue aquí donde los segmentos más radicales de jóvenes y estudiantes acabaron puenteando los tímidos “debates” de Occupy Central con Paz y Amor e iniciaron la huelga estudiantil que tomó no solo el Central, sino también Admiralty, Causeway Bay y buena parte de Mong Kok.

No era la primera vez los jóvenes entraban en conflicto con la vieja guardia de los pandemócratas. Cuando las tensiones aumentaron tras el desalojo del Occupy original de 2012, empezó a salir a la luz el antagonismo que se había creado entre ambos. En marzo de 2013, los trabajadores de la terminal de contenedores Kwai Tsing, en el puerto de Hong Kong, se lanzaron a una huelga masiva que resultó ser conflicto laboral más importante y duradero que la ciudad había visto en décadas. Aunque no había una conexión inmediata entre el Occupy original, la huelga y las protestas actuales, está claro que todas nacen del mismo estancamiento económico y la intensificación del antagonismo entre las clases. Es más, cada movimiento ha generado un cambio en la conciencia política de la gente, y esta nueva conciencia se ha convertido en la base de los movimientos.

Aunque la huelga la iniciaron los maquinistas de grúa del puerto por su cuenta, el Sindicato de Estibadores de Hong Kong no tardó con hacerse con el control. Este sindicato forma parte de la Confederación de Organizaciones Sindicales de Hong Kong y al Partido Laborista, ambos liderados por la vieja guardia pandemócrata. Con los representantes sindicales encabezando las negociaciones, la energía inicial de los obreros en huelga se dispersó rápidamente y esto impidió que la mayoría de los trabajadores se sumaran a la huelga. El puerto, propiedad de la principal compañía de Li Ka-shing, Hutchinson Whampoa, es clave tanto para la economía de Hong Kong como para su imagen. Un cierre total habría repercutido en toda la economía de la región y para los principales capitalistas locales y continentales el flujo de beneficios se habría convertido en un goteo. Conscientes de que una huelga de este calibre habría movilizado a los medios -y a los ricos que componen la “sociedad civil”- contra los trabajadores, el sindicato y el partido laborista los convencieron de que aceptaran la orden judicial que los expulsaba del puerto solo unos días después de que empezase la huelga.

De forma que, en lugar de ocupar el puerto, los trabajadores acamparon en la puerta y bloquearon, más simbólicamente que otra cosa, una de las entradas del puerto. Los medios de todo el mundo se hicieron eco de la “huelga”, pero, en realidad, el funcionaba normalmente, salvo que algo más lento de lo habitual; en el punto álgido de la huelga, operaba al 80 % de su capacidad. Solo una parte de los trabajadores del puerto estaban afiliados al sindicato y se ignoraba y marginaba a los que abogaban intensificar el bloqueo económico. Los huelguistas más jóvenes trataron de contactar con más trabajadores, pero, de nuevo, se encontraron con que la vieja guardia de sindicalistas liberales los apartó antes de que pudieran hacerlo.

El sindicato no tardó en desmantelar la acampada, puesto que temían que las molestias derivadas de ocupar la carretera fueran demasiado para la sociedad civil (quienes, al fin y al cabo, eran los que más contribuían a la caja de resistencia), y estableció una segunda acampada, mucho menos nutrida , en el centro de la ciudad, al pie del Centro Cheung Kong, donde Hutchinson Whampoa tiene sus oficinas. De esta forma, los “huelguistas” estaban lejos del puerto y se veían reducidos a pasear sus pancartas enfrente a un edificio del centro financiero. Al final, solo se logró conseguir una parte de las demandas, y la mayoría de los trabajadores consideraron que la huelga había sido un fracaso.

Cuando más tarde se preguntó a los trabajadores su opinión sobre una huelga que los medios habían calificado de “sin precedentes”, los mayores señalaron que el puerto ya había hecho dos huelgas anteriores a la transferencia de soberanía, cuando no existía el Partido Laborista y la mayoría de los sindicatos eran ilegales, y estas huelgas tuvieron mucho más éxito Estos obreros mayores argumentaron que esas huelgas fueron mucho más exitosas, dado que los trabajadores estaban representados por ningún partido o sindicato que se preocupara ante todo por caer bien a la sociedad civil. Así que pudieron hacer huelgas salvajes que sí paralizaron el funcionamiento del puerto, y por tanto ayudaron a conseguir buena parte de sus demandas. En comparación, la reciente huelga era una triste derrota[4].

SEGUNDA PARTE: El presente

Arriba los paraguas[5]

Para entender la “revolución de los paraguas” hay que conocer antes la huelga del puerto, ya que los manifestantes se encuentran frente al mismo dilema que los huelguistas: están entre la espada (apelar a la sociedad civil) y la pared (intensificar el bloque económico). Esto ha quedado patente en  las divisiones internas dentro del movimiento: la mayoría de los manifestantes más jóvenes han rechazado de plano el liderazgo del grupo “Occupy Central with Love and Peace” y arremetieron contra Chan Kin-man cuando dijo que desmantelarían las barricadas si CY Leung, Jefe del Ejecutivo dimitía; sin embargo han repetido como papagayos el discurso generalizado sobre democracia, sufragio universal y no violencia, y han pedido que no se dañara ninguna propiedad y que no se respondiera a la violencia policial.

Este servil espíritu de “urbanidad” puede llevar a los manifestantes a un callejón sin salida en el que no les sea posible segur por la vía de acciones que alteren la normalidad económica, ya que para muchos dañar la propiedad privada es “incívico” y precisamente les debilite y permita al gobierno dejar morir al movimiento o apaciguarlo con alguna concesión menor, como el despido del jefe del ejecutivo. Auque son conscientes de este dilema, temen que sean ciertos los rumores de que hay miembros de bandas criminales a las ordenes de Pekín infiltrados en el movimiento[6] para provocar y tensar la situación hasta un punto que Pekín tuviera excusa para invadir militarmente la isla.

Aquí surge una contradicción interesante. El latente nacionalismo de las protestas hace que los policías, como “hongkongeses”, se vean como aliados y potenciales futuros participantes, mientras que la intervención del ejército -incluso aunque use las mismas tácticas que la policía- causaría un rechazo unánime. Esto se debe a que las unidades militares están compuestas por continentales que siguen órdenes directas de Pekín y no del gobierno de Hong Kong. Para los manifestantes, esto no supone ningún tipo de contradicción. Muchos sostienen firmemente que es contraproducente luchar contra la policía o resistir ante las detenciones para, acto seguido, defender que las tácticas violentas para resistir frente al ejército están plenamente justificadas.

Su perspectiva populista les impide reconocer cualquier tipo de antagonismo interno al “pueblo”, de forma que se traslada el origen del conflicto a los grupos externos que se pueden definir en términos nacionales, raciales o de inmigración. Con esta premisa, los disturbios, la destrucción de propiedad privada e incluso “la falta de urbanidad” que sucedan en las manifestaciones se atribuirán siempre a “los de fuera” -en este caso, los chinos continentales- a no ser que estén totalmente genralizadas. Pero las huelgas son mucho más propensas a romper esta lógica populista, porque revelan inmediatamente los antagonismos internos de la sociedad.

El movimiento actual tiene pocas vías de salida y muchas llevan directamente a la derrota. El estancamiento táctico de los manifestantes podría permitir al gobierno esperar a que el movimiento se desactive, ya que su propia inacción los deslegitima a los ojos de participantes menos militantes. La gente que se acaba de unir a las protestas se queja de que todo el movimiento parece ir a la deriva, sin ninguna fuerza real que lo lidere. En el mejor de los casos, la revuelta puede no llegar ni a convertirse en un “movimiento social” y quedarse en un espectáculo estéril desplegado para la sociedad civil, de donde saldrán los futuros líderes políticos y directivos de ONG que regirán las vidas de los menos favorecidos. En el peor de los casos, podrían llegar a lograr el sufragio universal, e cuyo casi podrían participar de muchas maneras en un sistema sobre el que no tienen ningún control y que seguiría dominado por l a inflación, el empobrecimiento y la desigualdad[7].

En esta situación, sin embargo, existe el riesgo de que la derrota venga de la mano de una extrema derecha que está en pleno resurgimiento. Si se convierte en la fuerza capaz de reactivar la protesta, todo el movimiento se alineará con la vía nacionalista. En la “época de disturbios” que estamos viviendo, la extrema derecha tiende a ser capaz de arrastrar gente independientemente de que estén de acuerdo o no con la política racista de grupos como Pasión Cívica. Este dejó de implicarse públicamente en el movimiento al principio, en favor de una agitación “encubierta” que consistía en repartir panfletos y arengar contra la inacción de los políticos, según ellos unos “gilipollas de izquierdas”[8]; recientemente ha adoptado un papel más visible y uno se encuentra con sus miembros –ataviados con camisetas amarillas- defendiendo las barricadas en Mong Kok (que construyeron nada menos que los anarquistas) cuando la policía intenta desmantelarlas. Desgraciadamente, esta situación guarda paralelismos con la experiencia de Ucrania, donde también la extrema derecha actuó como punta de lanza de una alianza con los capitalistas prooccidentales.

Traducción: no confíes en los gilipollas de izquierdas[10]

Dispérsate en caso de que te lo pidan

Recuerda que estamos haciendo desobediencia civil, ¡¡¡no en una fiesta!!!

¡¡Lo que queremos es verdadero sufragio universal!!

No karaoke

No fotos de grupo

No líderes

No discusiones en pequeños grupos[11]

Esto no va de “democracia”

Pero la derrota no es inevitable, de ninguna manera. Los jóvenes de Hong Kong, como en casi todas partes, ven que su futuro está hipotecado e intentan tanto entender cómo han llegado a esta situación y como luchar contra ella con los medios de los que disponen. A medida que Hong Kong se integra cada vez más en el sistema del, gigante vecino[12], China se considera “el futuro”, y esto hace que se le culpe de la sensación de “no hay futuro” que cunde entre la juventud.

Muchos manifestantes jóvenes están frustrados con la inactividad del movimiento, pero se sienten aislados e incapaces de tirar para adelante. Esto se nota especialmente por la noche, cuando aparece la gente joven, pero hay forma de que estos indignados se pongan en contacto con otros para coordinarse. Es más, incluso estos manifestantes tienden a articular su descontento con discurso d  la “democracia” y el “sufragio universal”, y no son capaces de mirar más allá de la frontera y darse cuenta de que los obreros del delta del río de las Perlas son sus aliados naturales.

Pero a pesar de que la terminología pandemócrata es el idioma común del movimiento, está claro que, para muchos, el propio movimiento ha trascendido la órbita de la “democracia” liberal. De hecho, la mayoría de los debates sobre las exigencias de los manifestantes pasan rápidamente a campos totalmente diferentes: cuando se les pregunta por sus objetivos, muchos responden con la consabida lista de demandas; increíblemente, esto ocurre en todos los estratos sociales y en todos los grupos de edad. Pero cuando se les pregunta por qué quieren estas cosas, la mayoría pasan inmediatamente a los problemas económicos, en lugar de los puramente políticos.

La gente se queja de que los alquileres están por las nubes, de que la desigualdad alcanza niveles inhumanos, de que los alimentos y el transporte público están sometidos a aumentos de precios, y de que el gobierno no presta atención alguno al gran número de personas desfavorecidas. En un micrófono abierto, un orador expuso el argumento habitual, aunque simplemente equivocado: “¿Por qué en Hong Kong hay unos pocos ricos y tanta gente pobre? ¡Porque no tenemos democracia!” Muchos creen –demostrando muy poco conocimiento del funcionamiento real democracias liberales Grecia o EEUU- que una vez que puedan “elegir” a sus propios representantes, estos arreglarán los problemas de inflación, pobreza y la especulación. De esta forma, la palabra democracia ha dejado de este modo de designar la aplicación práctica de un sistema de votación para referirse a una suerte de panacea imprecisa, capaz de curar todos los males sociales.

Tanto las aspiraciones democráticas del movimiento como las populistas pueden desestabilizarse. A medida que la ocupación se amplía a segmentos más amplios de la población, estos traen a las barricadas sus propias reivindicaciones. Esto molesta cada vez más a algunos sectores que originaron la protesta, estudiantes de ideología liberal, incluidos los líderes de la FEHK, que han pegado carteles pidiendo a la gente que se centre en la reivindicación de sufragio universal. Algunos manifestantes, al ser entrevistados, han expresado su temor de que el movimiento se vuelva “confuso” y se “diluya” con la llegada de los nuevos participantes, que han acudido motivados por la repulsa ante la represión policial contra los estudiantes más que para reclamar una reforma electoral. Pero también es posible que  las nuevas reivindicaciones den un nuevo impulso a todo el movimiento y lo lleven más allá del ámbito de las meras demandas electorales. En general, cuando se empiezan a sumar sectores sociales muy distintos a los que iniciaron el movimiento, hay un cambio de rumbo en las acciones que refuerza, no diluye, su poder.

Un potencial especialmente volátil es la implicación, cada vez mayor, de los trabajadores. La relativamente minoritaria Confederación de Organizaciones Sindicales de Hong Kong (HKCTU) llamó a la huelga general el 1 de octubre (fecha en la que China celebra su Día Nacional) y algunos trabajadores lideraron la convocatoria[13]. A principios de esta semana estaban presentes varios de los trabajadores del puerto que participaron en la huelga del puerto, aunque es cierto que opinaban que convocar otra sería “imposible”. Pero parece probable que, a medida que se generaliza la ocupación de la calle, especialmente en áreas más residenciales como Mong Kok, cada vez sean más los trabajadores que se suman.

El paso de la ocupación callejera a la huelga general tendría el efecto añadido de poner bajo cuestión, por su propia naturaleza, tanto la naturaleza exclusivamente política de las demandas del movimiento como sus supuestos populistas. Si, por ejemplo, los trabajadores del puerto hicieran otra huelga, no se podría obviar de que Li Ka-shing y otros capitalistas de Hong Kong explotan a los trabajadores diariamente y niegan cualquier posibilidad de futuro a los jóvenes. Sería imposible culpar del conflicto exclusivamente a los políticos continentales y resultaría cada vez más difícil negar el antagonismo de clase interno de Hong Kong. De esta forma, las protestas podrían abandonar el camino de la mínima resistencia para adentrarse en una nueva vía, a la vez más peligrosa y prometedora.

El ciclón

En la ocupada Tsim Sha Tsui corren rumores que advierten de una fuerte presencia de la derecha. Se han levantado barricadas en el exterior del centro comercial y la multitud se agrupa bajo los paraguas para debatir sobre el futuro de movimiento, bajo la sombra omnipresente del crucero. La derecha afirma que el buque está lleno de capitalistas continentales, mientras que la izquierda no parece haber sabido dar una explicación. La chica de las canciones de amor en cantonés y su novio, el de la guitarra desafinada, se han marchado, a lo mejor a levantar una barricada lejos de las señales de tráfico y los puntos de información para turistas. Pero la canción, más que haberse callado, se ha transformado, se ha extendido a la ciudad entera y ha adoptado la forma de las esperanzas de sus habitantes, esperanzas que soportan la lluvia adheridas a los autobuses abandonados y a los edificios oficiales.

El ciclón ya está aquí: las aguas están tan agitadas que no está claro cuánto tiempo puede prolongar el crucero su vigilancia inmóvil de la ciudad. Los privilegiados, continentales o no, permanecen quietos e invisibles detrás de los muros y de los cercos policiales. Si se ocupa el muelle, ¿detrás vendrá el puerto? A pesar de que la “urbanidad” de Hong Kong esconde un carácter servil, a pesar de la falta de visón de las reivindicaciones y del triste populismo del movimiento, al menos queda claro que, después de estos días, Hong Kong no volverá a ser la misma. Se ha dinamitado cualquier posibilidad mantener el statu quo, y esto, por lo menos, da fe del potencial de este movimiento, prevalezca o no.

Un ciclón es caótico por naturaleza y, tras su paso, puede parecer que ha arrasado con todo. Pero el caos también supone la posibilidad de que las cosas se reordenen de otra forma. La ruptura del statu quo abre una rendija de posibilidad en un horizonte que hasta ahora estaba herméticamente cerrado. Ha aparecido una grieta. Quizás la gente aprenda a ir hacia ella, a pesar de la lluvia. Y si sigue lloviendo unos años, no importa. Tienen paraguas.

Un estadounidense de extrema izquierda y varios amigos que desean permanecer en el anonimato

[1] Nota de Nao: Este artículo apareció primero en Ultra-com.org. En la versión original puede consultar los enlaces que no se han recogido en esta, así como las fuentes e información de referencia. En esta versión algunos de los pies de foto se han corregido y editado.

http://www.ultra-com.org/project/black-versus-yellow/

[Nao es la revista que colgó el texto en Libcom. Hemos distinguido entre Nota de Nao y Nota de los autores originales del texto. Editorial Klinamen]

[2] Nota del Autor: Se puede consultar una historia más detallada de la apertura económica de China y la función de la capital de Asia Oriental a finales del siglo XX en el artículo “China’s Market Economy in the Long Run”, de Giovanni Arrighi, en China and the Transformation of Global Capitalism, editado por Ho-fung Hung. John’s Hopkins University Press, 2009. Pág. 22.

[3] NdA: Hay que destacar que la inmigración es mucho menor en la actualidad que a principios de los noventa, cuando ascendía hasta a 60.000 personas al año.

[4] NdA: Esta información proviene de entrevistas realizadas en el entorno post-Occupy de Hong Kong con varias personas que estuvieron presentes los primeros días de huelga y se coordinaron con los trabajadores desde el primer momento.

[5] NdA: Buena parte de la información de estos últimos apartados viene de información de primera mano de personas que están en contacto in situ, que han realizado entrevistas e investigado en la situación de las diferentes facciones políticas implicadas. Algunas de las personas con las que estamos en contacto participaron en la primera huelga de estudiantes; otros se han sumado después de la represión policial. Dado que la información es de primera mano, es frecuente que estos apartados faciliten información, incluidos extractos de entrevistas, sin una cita o enlace de referencia.

[6] NdA: En Hong Kong, buena parte de las bandas organizadas han adoptado una postura “patriótica” y colaboran con el gobierno de Hong Kong y en favor de los intereses de Pekín. Esto no es cierto en el 100% de los casos, y hay rumores tanto de que se dan provocaciones de matones respaldados por Pekín como de que las bandas de Mong Kok han ayudado a los manifestantes a levantar barricadas.

[7] NdA: Puede haber algo de sentido en la afirmación de que una futura democracia en Hong Kong crearía un espacio político en el que el antagonismo de clase derivaría en formas que superaran ampliamente los límites de la política reformista. Esencialmente, este es el argumento (por lo que podemos entender) de determinados grupos, como Izquierda 21. No obstante, es una postura interesada que trata de prolongar la ilusión y retrasar indefinidamente la aceptación de este antagonismo. Posponer la acción “hasta que llegue el momento” suele ser simplemente una forma de evitarla.

[8] NdA: Originalmente “左膠,” literalmente “penes de izquierdas” en cantonés; se refiere a los líderes pandemócratas más que a los grupos de la izquierda minoritaria, que son prácticamente invisibles. 膠 es una palabra que literalmente significa “plástico”, pero también se utiliza con el sentido de “pene” por la similaridad fonética entre 膠 y 鳩, que literalmente es “tórtola” pero con frecuencia funciona como eufemismo de “pene”. En los últimos días, “gilipollas de izquierdas” es un insulto ampliamente usado en el movimiento, y se oye en todas las ocupaciones en la ciudad. Incluso han empezado a usarlo personas de izquierdas como un insulto habitual (y válido) para los pandemócratas. No hay nada inherentemente malo en el término (aparte de que a los izquierdistas les pueda escocer un poco, sobre todo si tienen la piel fina); el problema es más que la extrema derecha ha asumido una posición en la que acuñan y popularizan los lemas que luego adopta el movimiento entero. Si los lemas (o estética, táctica o lo que sea) se generalizan, esto pone a la derecha en una posición de liderazgo de facto.

[9] Nota de Nao: Se han dado incidentes similares cuando anarquistas, personas de izquierdas, o vecinos de la zona han defendido las barricadas. En Mong Kong, algunos sectores radicales piensan que la estrategia de Pasión Cívica es demasiado salvaje y están impulsando una campaña para mejorar sus relaciones con el pequeño comercio y aliviar estas tensiones.

[10] Nota de Nao: Este cartel se ve por todas partes. Otra versión frecuente sustituye “gilipollas de izquierdas” por “agentes infiltrados” (卧底).

[11] Nota de Nao: “Discusiones en pequeños grupos” se refiere a los grupúsculos organizados por sectores de la izquierda y ciertos sectores liberales en muchas protestas y movimientos sociales en Hong Kong con el fin de buscar un consenso.

[12] NdA: La transferencia de soberanía sobre Hong Kong del Mandato Británico a la República Popular China coincidió con la crisis financiera asiática de 1997; por eso, inconscientemente se asocia a China con la época de estancamiento económico que la crisis trajo a Hong Kong.

[13] NdA: No queda claro si la afirmación de “10,000 obreros en huelga” tiene alguna relación con la realidad, ya que el Día Nacional de China también es un festivo nacional en el que muchos trabajadores libran. Muchos aprovecharon su día libre para acudir simplemente a las plazas ocupadas, pero no se les puede contar como “huelguistas”.

[i] NdT: al contrario que en las hipotecas subprime, en las super-prime los prestamistas ofrecen las mejores garantías de pago y menores tipos de interés.

[ii] Ndt: “Scholarism” en el original en inglés.

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