El macho arzobispal

LA FOTOMATONA | JENOFONTE

Bajó
desde el Albayzín por la calle de los Aceituneros para no encontrarse con la
chusma de las teterías neonazaríes en las calles Caldererías.

Después pasó a
santiguarse delante de la Capilla Real para venerar a dos grandes criminales de
la Historia, aunque para él sigan siendo el principio universal del destino:
doña Isabel y don Fernando, que tanto montaban a la manera católica el uno con
el otro, como enseñaba el Parvulario y persevera la Ley del machetero Wert.
Subió a casa y al ver otra vez a su mujer con el mandil y los trastos de cocina
para la cena le dijo sin mediar buenas noches: “Yo lo que diga la editorial de
mi arzobispo”. “¿Y qué dice tu arzobispo?”. “Que
le corresponde a la mujer llevar al hombre al encuentro de su virilidad”.
“Cierto es”, respondió la mujer, “que hace mucho que no follamos, no
encontramos el amor en dios, como diría tu arzobispo, pero ese hombre, que no
me tires de la lengua para llamarle imbécil, lo que está pidiendo a gritos es
que le hagan una paja y si me apuras, una mamada en el confesionario”. “No seas
bruta”, cariño, “ellos solo hacen teología sobre el matrimonio, si los
traductores de dios lo dijeron así, esclava te doy, por algo sería”. “Eso es lo
que digo, que la obsesión teológico-sexual de tu arzobispo no ha superado la
fantasía enfermiza de su Virgen María y su permanente confusión de la realidad
de la mujer como estropajo-puta”. 

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